La madre muerta
Otra vez huérfana,
¿qué madre me aliviará ahora
tu ausencia?
Otra vez me crece dentro
el monstruo del silencio devorando todo
lo que no te dije.
Conozco la asfixia de ese animal,
cómo aprieta mi garganta y me hace
nudos en las manos.
Pero nuevamente llegué tarde.
La muerte siempre me coge fuera.
¿Qué hacía yo mientras tanto?
¿A quién amaría yo como tú me enseñaste
mientras enlutecías por dentro?
El vértigo de la muerte te alcanzó,
brutal, como una sombra que se adelanta
a la persona.
¿Cómo pude yo imaginar tu cuerpo,
cómo una tierra de muertos
devorando ferozmente tus órganos
con una bulimia implacable?
¿Cómo pude yo saber que el lodo de la muerte
enfangaba tus pulmones, el hígado,
toda la belleza limpia de tus entrañas?
¿Cómo pude yo sospechar que la tierra
se arrancaba un trozo de sí
para hacerte un sitio a solas?
Ese Dios no te merece.
Eras la más sabia congregadora
de amor, como una metástasis de calor,
pariéndonos a diario en la tierra común
que soñabas para vivirnos juntos y para siempre.
Sé que te has muerto dormida y en paz.
Que te volviste pequeñita y leve,
un puñadito de ceniza. Una pizca.
Después de tu estertor
yo te habría besado la frente
y retirado el pelo de la cara.
Yo te amaba.
Yo te amaba...
Dime qué clase de morfina
me aliviará tu hueco de hielo.
Te has muerto tan resuelta
cómo hacías tu vida y la de todos.
Yo te quería desde el interior de mi hueso
porque fuiste la mujer más fuerte y tierna
que acogió mi lomo leve.
Sin ti, el mundo es menos vivible.
Vuelvo a la orfandad.
Otra vez te mueres, madre,
y ahora sé que será para siempre.
Para siempre es sólo la muerte.