Mensaje a los adolescentes
Niños, probad a hacerlo en casa
y sabréis lo que es bueno sin que os lo cuente nadie.
Recordad que no hay nada que vuestros padres puedan enseñaros.
Ellos no son vosotros.
Acostaos, bebed.
Hace siglos que están ocurriendo estas cosas
y nadie ha demostrado
que sean mucho peores que una guerra.
Existe un paraíso tras esa raya blanca.
Cuanto hace daño y no hacéis,
niños, lo estáis cambiando por la serenidad.
¿Os han hablado de ella? ¿Sabe alguno a qué sabe?
Si ignoráis quiénes sois evitad el rodeo
de averiguarlo uniéndoos a los demás. Una plaza en el grupo
es un puesto en el mundo;
ahora bien,
niños,
que levante la mano el que quiera morirse siendo útil y sensato.
Tenéis razón: no es nada divertido.
Por lo demás, sé que no sois felices,
a lo mejor pensábais que todo el mundo os odia. Pues es cierto,
pero sobran motivos: sois jóvenes y estúpidos
y no tenéis derecho
a todo ese futuro que vais a malgastar (como nosotros).
Entonces, ¿estáis solos? Así es.
Aprended a ser libres, no esquivéis la mentira;
sabréis por experiencia que es más sólida que una verdad pactada.
Y sobre todo,
niños,
no creáis
que la vida merece la pena de vivirse
sólo porque lo juren desde siempre los peores cabrones.
Como adolescente todavía no he cruzado el paraíso tras la raya blanca. Quizá me acerque al límite desde que escribo algún poema, coméntame, si te parece:
DESDE ENTONCES VIVO AQUí.
Y entonces su suspiro me dejó helado,
impedido de saltar a socorrerla.
Poco a poco, átomo a átomo se evaporaba
muy lentamente.
La habitación fría quedaba ya muy lejos, arriba.
Toda mi estructura vital se desmoronaba,
mi ser cayó al abismo más profundo y negro
caía y caía, el sudor galopaba por mi cara
naranja, fuego, llama, grito
bestias del interior de la tierra me observaban con fiereza
observé dentro de sus ojos.
Junto a la ira,
encontré un ápice de complicidad.
Entonces suspiré y me dejé llevar;
estaba donde se reúnen los monstruos
de corazones rotos.