El ausente
EL AUSENTE
Ni tan siquiera hicisteis un intento.
Desde aquí se oían voces,
vasos chocando, gente que lo pasaba bien. Supongo
que estabais ocupados.
¿Y a quién le pediré cuentas ahora?
Me he ido difuminando poco a poco.
Soy la carta dejada para luego, nunca escrita,
y ahora las palabras que yo era
no se dirán jamás: soy un secreto a salvo.
¿Era feo o bonito?
A lo mejor os hubiera hecho bien
escuchar esta voz: un dios de leche,
una pequeña cosa que se expande, la luz agradecida
de una bombilla sola.
Desnudo al sol: lo mejor de vosotros.
Una pestaña desprendida pesa más que yo,
y de vosotros, bueno, tampoco queda mucho.
Cuando penséis en mí,
yo que era necesario y era lógico,
que no os dé pena:
soy la flor descarnada de la talidomida,
un hueso a la intemperie.
A mí no me buscasteis y a vosotros
ya no hay quien os encuentre.
Más o menos lo mismo.