Apunte biográfico
Like dogs to bark at my world
Stephen Spender
Pero también a mí me partieron la cara
en más de una ocasión. En aquel tiempo
temía -como Spender- a los chicos del barrio,
matones con jerseis de Benasque y playeras
que odiaban a las madres y a los niños con gafas.
El miedo, pienso ahora,
es una presa fácil. No se explica
de otro modo la astucia, aquella maña
que se daban para atraparme siempre,
aunque volviera por otro camino
de la escuela o bajase a comprar el pan
a donde era más caro pero estaba más cerca.
Eran hábiles con el cigarrillo,
conocían las zonas donde la quemadura
podía doler más. Algunas veces
les bastaba el insulto desde lejos.
En los días de fiesta eran más peligrosos
porque tenían tiempo de sobra por delante
y el escenario idóneo de una calle aburrida.
Y lo que más lamento ya no son los cuadernos
de dibujo manchados de tinta o los tebeos
que un día me quitaron, sino el otro
expolio de mi infancia ignorante y feliz,
la fe ciega en un orden de las cosas,
la armonía del mundo que, prematuramente,
hicieron mil pedazos en medio de la calle.
Y sobre todo el odio, el rencor insensato
de tantos años hacia los adultos:
Pasaban en silencio, sin mirarnos.
Siempre llegaban tarde a impedir las peleas.
Stephen Spender
Pero también a mí me partieron la cara
en más de una ocasión. En aquel tiempo
temía -como Spender- a los chicos del barrio,
matones con jerseis de Benasque y playeras
que odiaban a las madres y a los niños con gafas.
El miedo, pienso ahora,
es una presa fácil. No se explica
de otro modo la astucia, aquella maña
que se daban para atraparme siempre,
aunque volviera por otro camino
de la escuela o bajase a comprar el pan
a donde era más caro pero estaba más cerca.
Eran hábiles con el cigarrillo,
conocían las zonas donde la quemadura
podía doler más. Algunas veces
les bastaba el insulto desde lejos.
En los días de fiesta eran más peligrosos
porque tenían tiempo de sobra por delante
y el escenario idóneo de una calle aburrida.
Y lo que más lamento ya no son los cuadernos
de dibujo manchados de tinta o los tebeos
que un día me quitaron, sino el otro
expolio de mi infancia ignorante y feliz,
la fe ciega en un orden de las cosas,
la armonía del mundo que, prematuramente,
hicieron mil pedazos en medio de la calle.
Y sobre todo el odio, el rencor insensato
de tantos años hacia los adultos:
Pasaban en silencio, sin mirarnos.
Siempre llegaban tarde a impedir las peleas.
Estimado señor Piquero: Me gusta bastante su poema Apunte biográfico (aunque le confieso que mi preferido es Oración de Caín, para mí, EL POEMA). Yo también he escrito un modesto poema sobre el mismo tema. Espero que le guste. Un saludo desde Sevilla.
El ángel de las cenizas.
Ahora que mi vida toca a su fin,
me llega fatigosamente a la mente
la imagen de un niño extraño.
Era más pequeño que los demás
chicos de su edad; su voz,
un hilillo inaudible, apenas hablaba
y nunca sonreía, vivía encerrado en su pequeño mundo,
extrayendo de él la fortaleza para soportar
con estoicismo las bromas pesadas,
las palizas encadenadas de que era objeto
por parte de los gamberros, más desarrollados que él
físicamente, aunque de intelecto
irremediablemente atrofiado.
Un día, aquel chico tan singular descubrió
que si enfocaba con intensidad
su mirada bizca sobre los otros,
estos se paralizaban de miedo,
perdían su poder sobre él,
una acto de Magia Suprema
qur transformaba con sorna a los orangutanes
en grotescos monigotes cenicientos.
Desde aquel instante todo cambió:
el raro muchacho encontro su paraíso
y los perdonavidas tuvieron que purgar
sus abundantes penas en aquel infierno
de rayos gamma.
La alarma cundió por toda la ciudad.
Muchos jóvenes salían de su casa
camino del colegio y ya no regresaban.
La policía daba palos de ciego (pues no contaban
con ninguna pista sólida, sólo con rumores
sin fundamento), hasta que alguien dijo en voz alta
lo que todos pensaban sin atreverse a expresarlo abiertamente
por miedo a las extrañas represalias:
"¿Y si ese chico tan raro, que nunca habla
y cuya mirada es tan inquietante,
tuviera algo que ver con todo esto?"
Por desgracia, no pudieron resolver el misterio.
Cuando fueron a su casa la encontraron vacía.
El chico había desaparecido (y, con él, sus padres)
dejando como única huella una estela caótica
de cenizas aulladoras...Pasó el tiempo
y todos acabaron olvidando
al ángel de las cenizas.
Todos lo olvidaron.
Todos menos yo,
cómo podría hacerlo.
Yo era ese chico.