Noche cerrada
En la noche cerrada
ella, con el pelo negro y recién limpio,
y oliendo como una mujer
que conocí de niño,
se dispone a cruzar
el estrecho sendero que limitan
aquellas caracolas encendidas.
Conoce bien el juego.
Se mueve con soltura entre las mesas
y sillas, sonriendo.
Me acerco a ella y le digo: Qué bien hueles.
Acabo de ducharme, me responde.
Quedan restos de aceite
dejando huir su aroma a tierra y fuego,
también algún enigma que parece
condenado a quedarse sin respuesta.