Teatro (2) (2017)
Un guión teatral se mueve por un conjunto de emociones encontradas. La guerra lo hace por ideas inmutables que se estremecen con el tintineo del dinero y se lleva a efecto con beligerancias de por medio en donde los actores hemos de interpretar el hambre, la desolación, la inmigración o la muerte.
Lo que es obvio para cualquier dramaturgo no lo es para la clase política. Si le diésemos la vuelta a los regímenes políticos que gobiernan el mundo y mantuviésemos alimentadas y controladas adecuadamente las emociones y las necesidades de las sociedades existentes, no pasaría nada: todo seguiría funcionando. Si la acción de gobierno diera respuestas -aunque fueran escasas pero explicitadas- a las dudas suscitadas en la ciudadanía, ésta se sentiría si no satisfecha al menos atendida.
Sin embargo, vivimos en una mentira poco argumentada. En esa verdad entremediada, el objetivo de la Política es mantenernos en el suspense, en la inopia permanente; y digámoslo claro, esto es una acción encubridora y asesina donde los que han de ser asaltados, si se resisten, morirán sin remedio. Cuando estas situaciones se hacen manifiestas -tómese como ejemplo el conflicto en Siria-, cuando están a la vista las inocentes vísceras de la ciudadanía, la política culpa de esos errores a los espectadores, tildándolos entonces de asesinos y eludiendo así la responsabilidad contraída con los mismos de gestionar adecuada e impecablemente la res pública.
Como en la obra de Pirandello Seis personajes en busca de autor, la ciudadanía del mundo busca políticos de talla que sean capaces de dirimir el caos en que se encuentran diversas zonas del planeta. Lo de Siria es de vergí¼enza. Los papeles que interpretan en esta guerra Rusia, EEUU, Irán, la Unión Europea -con o sin Gran Bretaña- y sobre todo el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas -con su inoperancia manifiesta- están pidiendo a gritos que esta obra de teatro deje de interpretarse y echen a los guionistas y directores de una puñetera vez al basurero de la Historia.
Pero eso no ocurrirá, para desgracia de la humanidad. Y no pasará porque la guerra es una industria muy rentable y no la solución de problema alguno. Las naciones se están armando hasta los dientes, España incluida, y la amenaza de la guerra late como un corazón joven a punto de desarrollarse en forma plena. Y como el negocio es lo que prima, cuando se cierre el telón, dejará una vez más en el escenario a millones de muertos.