Los sin nada (2017)
Dicen que fueron quince, o cien, o quinientos, pero mienten. Dijeron quince, cien o quinientos -de los que no sé cuántos eran niños- pero, mienten. Eso dicen, dijeron y seguirán diciendo. Pero mienten, reitero. Son miles. Miles de seres humanos muertos alimentando a los peces que luego se comen quienes pueden pagarlo, quienes pueden o podemos pagarlos. Usted también, que me lee ahora.
Y digo que nos engañan porque hay muchos inmigrantes muertos por contabilizar dado que el número de pateras, cayucos, balsas de plástico o cualquier otro elemento que flote, que se va al fondo del mar sin que nos enteremos es incalculable. Nunca podremos saberlo; o quizá sí lo sepan algunos y no lo digan, así, sin más, porque no interesa a determinados gobiernos y punto.
Total, aquello que se esconde y nadie se entera no existe. De estas cuestiones saben mucho los diplomáticos todos y los servicios de inteligencia, por tanto, todos los gobiernos.
Las playas del sur se han convertido en un averno para los sin nada, pero, a ellos, a los desposeídos, a los sin techo, a los que han perdido en el tránsito de la vida hasta la dignidad, arrebatada por los poderosos a golpe de saqueos, de explotaciones faltas de ética alguna en sus lugares de origen, les da igual: el tártaro del que proceden es aún peor, por eso se arriesgan, por eso cruzan inmensidades abisales de agua sabiendo que pueden perder la vida.
Los yates que navegan mientras sus dueños toman el vermut en pelotas y el sol dora sus cuerpos remendados por lujosas clínicas, cortan con su quilla los cuerpos a la deriva y ni se inmutan. Hasta puede que realicen macabras competiciones para distender el ambiente: ¡Mira, allí hay otro, a ver si puedes partirlo! ¡No ves cómo ladra el perro!
Esto último, que es una metáfora, se aleja poco de la realidad. A los países ricos les importa un bledo el hambre de los otros; mientras ellos puedan seguir esquilmando la materia prima de los países empobrecidos a precios de saldo, pues... qué más da. Que hubieran sido previsores o nacidos en otros países, a ser posible en una familia con dinero. El negocio es el negocio, dicen los anglosajones, y es cierto.
¡Qué vergí¼enza la política de Europa en esta materia! Nadie menciona, exclama, grita, que no hay país sin un tiempo pretérito en el que sus ciudadanos fueran emigrantes.
¡Qué pantomima la de Naciones Unidas ante la perra vida de los sin vida! ¡Qué poca vergí¼enza! ¡Qué doble moral! ¡Qué ignominia!