El valor de las cosas (2017)
Andrés Neuman dice en El equilibrista que "Sería poco inteligente no reconocer que hay virtudes más importantes que la inteligencia". Si a esta máxima le adicionamos el conocimiento adquirido a través de una formación reglada, de forma autodidacta o a través de la praxis, convengamos que estaríamos ante personas capaces de dilucidar a través del razonamiento cuantos dilemas fueran necesarios afrontar para llegar a conclusiones más o menos cercanas a la realidad.
En nuestra época lo que no faltan son ideas. Vivimos acosados por consignas que nos abruman hasta la saciedad; a veces no podemos identificar la verdad entre lo que nos venden y lo que realmente pasa. Somos adictos a las noticias y no somos capaces de identificar los hechos de los acontecimientos.
Y esto es grave. Muy grave, por no decir catastrófico para la humanidad. Estamos acostumbrados a creernos a "pies juntillas" todo aquello que sale de nuestra emisora de radio, de nuestra cadena de televisión preferida, de nuestro diario, del grupo político en que estemos adscrito o nos sea más agradable, de todo aquello que los líderes de la religión que practiquemos nos digan en sus altares o fuera de ellos, en definitiva, de esa sarta de irrealidades que conforma el cachito de espacio geográfico en que habitamos. De esa forma, hemos perdido no sólo la perspectiva sino también la capacidad de crítica. La posibilidad de poner en correlación diferentes ideas, analizarlas y tomar nuestras propias decisiones cada vez se hace más difícil.
Vivimos en una sociedad orwelliana en donde los grupos de presión que dominan el espectro de las ideas, gastan ingentes cantidades de dinero en diseñar cuáles son nuestros gustos, nuestras necesidades, qué debemos leer, comer, comprar o hasta soñar incluso. Y es triste, es triste vivir en el limbo.
El engaño y la manipulación forman parte del negocio, del comercio de las cosas. Sean éstas patatas, ideas, acciones bursátiles, pensamientos, códigos, filosofías o religiones. El ostracismo no es bueno, pero, creerse aquello que oímos y vemos tampoco. No queda más camino que el que proporciona esa duda permanente que es el escepticismo y el estudio, la lectura y la formación por libre.
El ser humano es, casi desde sus orígenes, un objeto que se manipula. Las últimas técnicas para conseguir de nosotros la máxima rentabilidad dejan poco margen para disentir, y eso, querido lector, es fundamental.