Madrugadas
Son las reglas que impone la quiebra de la cotidianeidad. De súbito -igual que el seísmo rompe la quietud eterna de las piedras-, ante una enfermedad sobrevenida, ante un accidente, se fragmenta la efímera arquitectura donde soñamos la vida.
Estamos asidos a la felicidad con tenues alfileres... Al menor descuido, ya somos otra cosa. El espacio que nos circunda y, que conforma lo que somos -o lo que aparentamos-, se quiebra, se astilla y, entonces... perdemos durante un tiempo la brújula que gobierna nuestros actos.
En las madrugadas hospitalarias, acompañadas sólo por nuestras cuitas, recuperamos con dolor la fugacidad de la existencia.
En las amanecidas... nos acercamos a la esencia de lo que nos conforma. Y es, ese vacío, esa vorágine, ese vértigo... precisamente, el que nos da impulso -si no nos instalamos en la demencia- para convertir el dolor en cayado donde reposar el cuerpo por un poco más de tiempo.
Y, así vamos. De pasillo en pasillo, de recodo en recodo, rumiando el devenir, caminando..., hacia la duda.
Y, así vamos ... con la lectura que cada uno saca del dolor -si es que lo sobrevive- andando, hilvanando, trenzando, aprendiendo, conociendo, vamos.
Buena noche. PAQUITA