La avalancha que viene (2014)
No son buitres, son personas. No son pájaros negros de mal agí¼ero, son el reflejo fiel de una sociedad clasista. No vienen a robar, vienen a ofrecernos el producto de su fuerza y de su inteligencia a cambio de vivir, de poder comer. No demandan algo que sea ilegal, piden que la justicia universal establecida en la Declaración Universal de los Derechos Humanos se cumpla.
Su presencia, tan denostada por algunos y tan aireada por los medios audiovisuales, suponen un estruendoso badajazo en la campana de siete metales que resuena en la conciencia de todas las personas de bien.
No son ladrones, son la previsible consecuencia de un capitalismo salvaje que explota los recursos naturales de sus países y abandonan a su suerte a la ciudadanía que puebla esos semilleros de oro, de diamantes, de petróleo, de madera...
Son... la desgracia personificada que no queremos ver ni entender. Son el dibujo de la miseria que nos negamos no sólo a aceptar sino siquiera a mirar excepto cuando lo hacemos con el morbo que da la distancia.
Son el resultado de una política liberal que solo busca la rentabilidad a corto plazo esquilmando la naturaleza de un lugar, otro y otro, y que mata a quienes coloniza.
Son los grandes olvidados, los sin tierra, los sin brillo en los ojos, los sin nada. Sólo tienen vida y quieren mantenerla, como cualquier animal, incluso racional. No pueden esperar más. No pueden esperar... especialmente los jóvenes, a que la desidia internacional y las multinacionales acaben con ellos como hicimos con sus padres y con sus abuelos. No.
Ellos son... los conejillos de indias de los países ricos, y ahora, también, de los países emergentes que demandan su cuota de reconocimiento en el tablero de ajedrez.
Son el reflejo de lo que somos: sociedades inhumanas insensibles al dolor ajeno.
Hay quienes ven en las avalanchas de africanos en las fronteras de Europa (que no de España ¡leche!, de Europa cuya puerta es España e Italia, que no quieren enterarse en Bruselas) una amenaza. Se equivocan. Se equivocan el gobierno español, el italiano y todos los dirigentes europeos.
No se trata de una amenaza es una oportunidad. La oportunidad de hacer otra política acorde a los tiempos en donde los derechos de la ciudadanía, por el mero hecho de serlo, estén por encima siempre, siempre, de los intereses financieros y económicos.
Alguien tendrá que poner orden en este desaguisado, en este entramado de intereses que sólo beneficia a unos pocos en detrimento de la paz social en el mundo.
Reitero, no vienen con tanques, con bombas, con metralletas, con aviones... vienen con sus brazos desnudos y mucha hambre atrasada, un hambre endémica, demasiada para no hacer algo, para no dar la vida en el Estrecho si hace falta, para morir en el intento. Total... si se quedan en los lugares de los que proceden se morirán de inanición de todas formas.
Traen grabado en el iris de sus grandes ojos de sorpresa y en todas y cada una de las neuronas que pululan por sus cerebros que su meta, su único objetivo -que no es otro que la vida- está tras el muro de incomprensión que les impide llegar a Europa.
Hemos colocado vallas y las reforzamos cada vez más. Como se hace con el ganado, con los animales díscolos que hemos de amansar.
Ante esta perspectiva las ideas de dios, patria, bandera, propiedad... se la pueden meter por donde les quepan todos los parlamentarios de izquierdas y de derechas que sientan sus posaderas en los hemiciclos que legislan y gobiernan en la vieja Europa.
No es necesario recordad ¿o sí?, que todas las Constituciones hablan de fraternidad, de solidaridad, de igualdad de los seres humanos.
Entre unos y otros estamos convirtiendo a África en un volcan a punto de reventar y las toberas de salida están en Ceuta, en Melilla, en Cerdeña, en Sicilia y en otras partes de las costas italianas y españolas.
Lo de ahora, lo que tenemos, son pequeños sismos premonitorios de lo que ocurrirá si no se toman medidas paliativas. La gran explosión que llenará de lava candente, y roja, como la sangre que se derramará, es cada vez más evidente. Pero los analistas, los estrategas, los sismólogos de la cosa pública nada dicen, aguantan, utilizan la fuerza como arma pero de nada les servirá. Los arietes de la gran avalancha ya han comenzado a moverse y no habrá quien la pare.
Me averguenza pertenecer a un pueblo, a un país, a un continente, a un mundo en donde los derechos del ser humano son pisoteados en aras de un capitalismo salvaje que no se preocupa por los más débiles.
Estoy hasta la entrepierna de oportunistas, de títeres iluminados por el áureo color de los dólares y los euros, de estadistas sin vergí¼enza alguna, de analfabetos con pretensiones, de marionetas sin alma, de ladrones con pañuelo de seda en el bolsillo exterior de la chaqueta que roban en arcas públicas y de ciudadanos aborregados por el brillo de oropeles en las pantallas de plasma que no se mueven ni para mear.
Y la derecha nada hará ni nada espero de ella porque siempre hizo lo mismo. Está haciendo lo que quiere hacer, por tanto lo que debe. Al menos, es coherente. Pero... ¿los partidos que manifiestan llamarse de izquierdas? ¿En qué narices están pensando los dirigentes que se proclaman de izquierdas, que han de desarrollar políticas sociales, solidaridarias y en las que la fraternidad universal han de ser referentes ineludibles de su hoja de ruta? ¿Nadie grita? ¿Nadie se postula en Europa con otras medidas que no sean las de hacer crecer las vallas, llenarlas de púas y de objetos cortantes para que se partan las manos al subir el que sólo viene buscando pan para comer y un lugar en donde no morirse de hambre?
Lo que está ocurriendo es la demostración clara y contundente de que el sistema ha fallado, se ha desfondado, se ha escorado hacia un abismo insondable y muy peligroso porque se ha abusado excesivamente de los más débiles. Y algunos de ellos están dispuestos a morir luchando antes que hacerlo en los páramos de la desgracia en que habitan.
O se invierte en África en sanidad, educación, en políticas activas que desarrollen a corto plazo cierto tejido de bienestar... o nos invadirán. No habrá vallas ni policías suficientes para pararlos.
¡Pues, ea! ¡A espabilarse, coño! Que son personas las que mueren y no cobayas de laboratorio ¡joder!
Paco Huelva
Agosto de 2014