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Jacaranda XI (2014)


La relación (Cont.)
Pero, en ese día tan deseado por Gertrudis ocurrieron varias cosas portentosas dignas de ser mencionadas en esta historia. La primera es que, Prudencio, que como se ha dicho tenía quince años y no conocía hembra, esto último no se ha dicho pero se da por sentado, se encontró con semejante mujer, desnuda, y con las carnes abiertas a su entera disposición y manejo.
La segunda es que cuando el zagal empezó a desembarazarse de los pantalones y Gertrudis pudo ver lo que tenía ante sí, pegó un grito como histérico al comprobar el asombroso equipamiento con que dios y todos los santos del cielo habían dotado a este muchacho, hasta el punto que temió ser atravesada como un san Sebastián por semejante lanza, pero, a pesar de todo, no con poco esfuerzo, consiguió hacerse con la misma y enterrarla toda, entera, en su abandonado por quien debía, cuerpo.
Por último, y quizá lo menos creíble para una mente sensata, aunque cosas peores ocurren, Prudencio, el mudo, justo cuando fue a coronar el primer ayuntamiento de ambos cuerpos, pegó un grito diciendo: ¡Joder, señora, por qué no ha venido usted antes a hacerme esto!
En ese instante de máximo goce y ante lo extraño del caso, Gertrudis sufrió un desmayo, no se sabe si por el agotamiento del agarre con semejante macho, que nada tendría de despropósito, o por el hecho de que un mudo viniera a palabrear tales frases cuando realizaba determinados esparcimientos.
El caso es que, como sabemos, el mudo ya no era tal mudo, y que, Gertrudis, ahora, tenía un magnífico amante con quien desfogar sus anteriores desvelos pero no una coartada aceptable si el asunto llegaba a oídos de terceros.
Ambos, ese primer día, al que sucedieron otros cuando las ocasiones fueron propicias, y, después de dar Prudencio las explicaciones pertinentes de que no sabía cómo había recuperado el habla pero, que debía ser por la emoción del momento, decía, se engancharon infinidad de veces y se prometieron serse fieles hasta la muerte. Lo propio de dos amantes encontrados, ni más ni menos.
Pero, lo más interesante está por llegar y se dirá a continuación, y es que, por necesidades de la trama, Gertrudis ha de ser la mujer de Servando, el alcalde, con quien se casó siendo ella una niña, con sólo dieciséis años, teniendo Servando porte de hombre entero, solterón y borrachín, de aproximadamente cuarenta aniversarios.
Esto, claro, trae lo que trae, y por tanto nada tiene de raro lo dicho, aunque lo estemos inventando.
Paco Huelva
Septiembre de 2014