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Jacaranda V (2014)


LA DECISIÓN (Cont.)
Con la iglesia atestada, hizo su aparición en la puerta principal Adrián el Cepa, que al estar a contraluz, venía acompañado de grande aureola, apoyado en su cayado, refulgente como báculo de cardenal romano en sus mejores tiempos, y llevando bajo el brazo derecho las viandas que le preparó la hija para día tan aciago, que parecían desde dentro las tablas de la ley que Moisés recogió en el sitio en que les fueron dadas en el monte Sinaí.
El Cepa, ante el silencio que se produjo cuando colocó los pies en el porche de la iglesia, dudó entre salir corriendo para casa y meterse en el soberado, en la parte del fondo, donde está el palomo macho y no deja posarse a las hembras, o entre adoptar una postura acorde con el momento, digamos que tirando a mística, aunque él no supiera definir lo que es la tal cosa, pero sí aprendió a adoptarla paseando por los arrabales y avenidas de las vivencias, como todos los que respiran mientras pueden hacerlo.
Por aquello de las petulancias que los humanos arrastramos desde el inicio de nuestra existencia, o sea, desde que tenemos conciencia de que somos unos animales, ciertamente privilegiados en el mundo de los animales en que habitamos, decidió recrearse un rato en la tal compostura, dada la fuerte atracción que su presencia generaba en el vecindario, hasta que, en la iglesia, se abrió un pasillo lo suficientemente amplio para que la dignidad de la que venía casualmente investido, pudiera pasar con holgura. Algunos llegaron a ver, y así lo dijeron en el juicio posterior del que se hablará en su momento; aunque esto no deja de ser una interpretación del narrador dado que él mismo no sabe aún qué cosas van a suceder en esta historia, y por ende es poco creíble; algunos, decía, manifestaron ver de forma nítida a Aarón, el hermano de Moisés, designado por éste como se sabe para sacar a toda pastilla al pueblo de dios del impío Egipto, pero esto, como queda dicho, está por ver, o por escribir, que en este caso ha de ser aceptado como lo mismo.
Entró el Cepa en la iglesia a paso lento, mientras el corro de parroquianos se iba cerrando tras sí hasta llegar al altar, en donde le esperaban el alcalde y el cura, éste último subido a un escalón más alto que el edil, como para dejar claro en qué lugar estaban: en la casa de dios y no en un triste concejo gobernado por un alcalde de tres al cuarto que se pasaba más tiempo borracho del que estaba despierto.
Paco Huelva
Septiembre de 2014