Jacaranda IV (2014)
LA DECISIÓN I
En la calle, sin tribuna posible donde alzarse para poner algo de razonamiento en la turba de vecinos presentes y ante lo perentorio del caso, no había dios etéreo o terrenal que pusiera orden.
Dada las dimensiones explicadas del consistorio, Anastasio arengó a la gente para que entrara en la parroquia, no sin gran disgusto por parte de Servando que se desgañitaba diciendo que esto era un asunto municipal y no de santos. Pero, como la evidencia mandaba y el tiempo venía apremiando, el alcalde se dejó arrastrar hacia las oscuridades de la casa de dios, que, por no haber comunicado la desgracia a su representante en Balsina con tiempo suficiente, estaba más oscura que la piel de Jacaranda después de quince años muerto.
Mientras se hizo la luz, no por mano de santo alguno sino por la apertura de las puertas laterales, y los allí reunidos pudieron verse el temor en las trémulas caras mientras cuchicheaban idioteces por falta de noticias ciertas o de instrucciones rápidas, que vendría a ser lo mismo para un observador imparcial si lo hubiera, se montó una trifulca a puñetazo limpio entre el cura y el alcalde por querer uno y el otro también, ser el conductor de tamaña asamblea, nunca imaginada no ya en Balsina sino en toda la sierra de Alcaucer, tan despoblada como vasta, dado que en sus predios sólo existían tres pueblos, y el más cercano, distante más de ocho jornadas a pie de hombre zanquilargo, o cuatro, si se hacía con mula acompañada de reata.
Por un momento la iglesia se dividió en dos bandos, que son pocos si se piensa algo en las secretas y encarnizadas luchas que hay en dicha organización de forma constante, aunque solapadas las más de las veces... para no airear cuestiones que solo atañen a los pastores y nunca al ganado, y de buenas a primeras comenzaron a volar reclinatorios, algunos cirios y otros elementos sagrados por sobre las cabezas de todos, hasta que, quizá por intermediación de algún muy piadoso santo, que nunca se sabe lo que la tradición esconde de irrefutable, los hombres que luchaban se apartaron unos a un lado y otros al otro, dejando un pasillo central para que entrara por la puerta principal Adrián el Cepa, que, como se dijo, era el único testigo ocular de semejante quebranto de la cotidianeidad.
Paco Huelva
Septiembre de 2014