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Imágenes de España VII (2014)


Paseo la mirada por las calles de la ciudad sin detener el movimiento de los pies, esas plataformas que arrastran mi cuerpo.
Poso las extremidades inferiores con la misma cadencia tanto por el barrio viejo -más sobrio y aseado- como por los suburbios arracimados que conforman el extrarradio.
Se me antoja estar viendo una red organizada, un solo cuerpo, una estructura conformada por infinidad de partes donde cada cual tiene una cadencia propia, una especie de son original que marca un diferenciado ritmo.
No hay unidad dentro de la diversidad. En las ciudades tampoco.
Unas calles tienen aspecto desolado y otras alegres. Pero, me doy cuenta de que a diferencia de cualquier sistema que muere cuando se agota la vida, la ciudad, como rabo de salamandra o brazo de estrella de mar se regenera constantemente. Es una especie de volcán en constante ebullición cuyo magma moldea el paisaje al antojo de sabe qué acontecimientos económicos o urbanísticos.
Un tumor maligno se apodera de un barrio y lo destruye y, al poco tiempo, células vírgenes implantan un tejido nuevo que lo reforma. O no. Lo dejan caer hasta convertirse en derrumbados solares tal que los léntigos que aparecen en la piel con el paso del tiempo.
Al igual que el conocimiento sumo, la ciudad es inabarcable.
Es una biblioteca donde están apilados el saber y el hacer de infinidad de generaciones.
Su policromía, su estética (su belleza o fealdad) están alimentadas por las quimeras de miles de muertos que caminaron en otros tiempos por las sendas que ahora transito.
Si uno se detiene un poco y observa, pueden verse los vestigios del pasado mezclados con las inquietudes del presente.
En realidad, la anterior urbe, la presente y la futura tienen en común la cualidad de ser el receptáculo donde los humanos alimentamos los sueños que sustancian nuestra esencia individual y colectiva.
La ciudad no es ajena a nosotros, es una proyección de lo que somos.
Sus carencias y virtudes son las mismas que poseemos como individuos y colectividades.
Nada es ajeno a la persona porque todo lo que acontece lleva implícito el sello de nuestra acción u omisión.
La ciudad por tanto -me digo- soy yo, y no estoy satisfecho con la imagen que me devuelve el espejo.
Paco Huelva
Noviembre de 2014