Globalización (2017)
Las palabras, el pensamiento de cada cual o el pensamiento conjunto, mutan con el tiempo. Se van adaptando a las necesidades al igual que nosotros nos acomodarnos a los rigores del tiempo cambiante o del medio que degradamos. Pretendemos así, subirnos a la nube ilusoria que nos hace creer que somos lo mismo, elementos inalterables personal y socialmente. Pero nada de eso es cierto.
Heráclito ya lo dijo hace algunos siglos, pero ahora al de Éfeso nadie lo lee. Pasamos por la vida de puntillas, sin dejar senderos, volando sobre falsas verdades, arropados por idiocidades que nos llegan de todos lados.
La esencia de la vida ha quedado arrumbada por falta de una meditación acorde con lo que a nuestro redor sucede. Ahora, las consignas que nos propulsan vienen enlatadas y recuerdan bastante a lo escrito por Aldous Huxley en Un mundo feliz o en tantas otras obras que antaño fueron catalogadas como de ciencia-ficción.
Desde que se inició el mercado único, que lleva siglos intentando instalarse y que sólo se ha conseguido con la implantación de Internet como herramienta dadora de ideas, cada vez somos más, todos, la misma cosa. La idea patrón de la verdad, viene servida a través de la prensa, la radio, la televisión y la Red. El mensaje camina arropado por imágenes reales o virtuales de lo que debemos ser. Los griegos ya distinguían entre el ser y el deber ser, pero esas cuitas a nadie interesan porque los gobernantes han encontrado la fórmula para que la ciudadanía viva en la inopia.
Mercado supone desarrollo -dicen-; conocimiento -iteran-; información en tiempo real -insisten-; motor del mundo -concluyen-. Pero, con esta paranoia globalizada dejamos atrás lo que nos distingue como seres humanos: el pensamiento individual, la reflexión sosegada, la meditación profunda. Incluso una de las características más importantes de los seres evolucionados: la disidencia. No hay lugar para ella. Lo estamos viendo en las sentencias que un día sí y otro también espantan a la ciudadanía.
A quienes no se ajustan a los patrones se les borra del mapa, se les coacciona o se les asesina, da igual; todo es la misma cosa. En definitiva, se trata de sustraer las ideas que no interesan con mano de hierro. Miren a Trump. A los fiscales españoles. A la xenofobia creciente. Al hambre de tantos. Al sueño roto de los estudiantes españoles. A la corrupción instalada acá y acullá o, si lo desea, al rostro feliz de Urdangarin.