Generación Beat
En un libro de James Cambell titulado Loca sabiduría, se cuentan historias de Kerouac, Burroughs, Ginsberg, Stern y Lucien Carr, entre otros escritores que vinieron a conformar lo que se dio en llamar la generación Beat.
Esta generación parecía seguir el imperativo baudelariano de "...siempre hay que emborracharse, con vino, con poesía, con la virtud, como se quiera; pero hay que emborracharse". La verdad es que todos fueron un poco como el rey Midas, que aunque reinaban, aunque eran reconocidos, todos fueron muy desgraciados.
Burroughs se compró una esquiladora, puso el dedo meñique de la mano izquierda en la cuchilla y se lo cortó. A diferencia de Van Gogh, Burroughs no ofreció su mutilación a su amada prostituta, sino que se lo enseñó a un psicoanalista quien le sugirió de manera urgente un tratamiento psiquiátrico.
Carr asesinó a Kammerer y, aunque le cayeron veinte años, sólo estuvo dos en la cárcel: el mismo tiempo que estuvo Verlaine por disparar contra Rimbaud.
Esta generación nacida en la parte alta de Manhattan, era entusiasta del jazz, adicta a la marihuana y a las bencedrinas. La figura del creador como delincuente y ladrón -Genet es el prototipo en Francia-, no era conocida en EE UU hasta que salió a flote esta pléyade de escritores. Curiosamente, todos fueron delincuentes juveniles sin fe en la sociedad que vivieron. Esperemos que la apatía y la desidia que presiden los actos de la juventud actual en Europa no lleguen a estos límites aunque tengamos que prescindir de innovadores como los citados.
Esta generación parecía seguir el imperativo baudelariano de "...siempre hay que emborracharse, con vino, con poesía, con la virtud, como se quiera; pero hay que emborracharse". La verdad es que todos fueron un poco como el rey Midas, que aunque reinaban, aunque eran reconocidos, todos fueron muy desgraciados.
Burroughs se compró una esquiladora, puso el dedo meñique de la mano izquierda en la cuchilla y se lo cortó. A diferencia de Van Gogh, Burroughs no ofreció su mutilación a su amada prostituta, sino que se lo enseñó a un psicoanalista quien le sugirió de manera urgente un tratamiento psiquiátrico.
Carr asesinó a Kammerer y, aunque le cayeron veinte años, sólo estuvo dos en la cárcel: el mismo tiempo que estuvo Verlaine por disparar contra Rimbaud.
Esta generación nacida en la parte alta de Manhattan, era entusiasta del jazz, adicta a la marihuana y a las bencedrinas. La figura del creador como delincuente y ladrón -Genet es el prototipo en Francia-, no era conocida en EE UU hasta que salió a flote esta pléyade de escritores. Curiosamente, todos fueron delincuentes juveniles sin fe en la sociedad que vivieron. Esperemos que la apatía y la desidia que presiden los actos de la juventud actual en Europa no lleguen a estos límites aunque tengamos que prescindir de innovadores como los citados.