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Generación Beat (2014)


En un libro de James Cambell titulado "Loca sabiduría" se cuentan historias de Kerouac, Burroughs, Ginsberg, Stern y Lucien Carr, entre otros escritores que vinieron a conformar lo que se dio en llamar la generación Beat y que hoy es un asunto casi olvidado excepto para los estudiosos de los movimientos o corrientes literarias.
Esta generación parecía seguir el imperativo baudelariano de "...siempre hay que emborracharse, con vino, con poesía, con la virtud, como se quiera; pero hay que emborracharse".
La verdad es que todos los que se adscribieron a este movimiento fueron un poco como el rey Midas, porque, aunque reinaron, aunque fueron reconocidos, todos fueron muy desgraciados en sus vidas particulares y sociales; al menos eso es lo que se desprende de un análisis pormenorizado de sus originalísimas trayectorias vitales.
Burroughs se compró una esquiladora, puso el dedo meñique de la mano izquierda en la afilada cuchilla y se lo cortó de un tajo.
A diferencia de Van Gogh, Burroughs no ofreció su mutilación a su amada prostituta, sino que se lo llevó -no sé si con alegría o pesar, no me imagino tal escena- emparedado en papel como un bocadillo, a un psicoanalista, quien a la vista del asunto le sugirió de manera urgente un tratamiento psiquiátrico de choque.
Carr asesinó a Kammerer y, aunque le cayeron veinte años, sólo estuvo dos en la cárcel: el mismo tiempo que estuvo Verlaine por disparar contra Rimbaud, pero esta es otra historia de la que hablaremos cuando fuere menester o el momento venga dado.
Esta generación de personas nacida en la parte alta de Manhattan, comulgaba con una serie de elementos que los unía en un todo uniforme, tal como se amalgamaban los antiguos tableros de formica: era entusiasta del jazz, adicta a la marihuana, a las bencedrinas y, por supuesto, a la bebida: a tomar ingentes cantidades de alcohol.
No sé si por el desencanto imperante en la época, o, simplemente, por escanciar la vida con grandes dosis de potentes drogas que les hiciera olvidar un mundo del que voluntariamente habían huido y del que nada deseaban saber.
Un mundo con unas reglas que se negaban a respetar y ni siquiera a reconocer: habían llegado al hartazgo.
Y se inventaron un universo propio, de consignas nuevas.
Poco les importaba que otros le siguieran o no, ellos ya no estaban en la cadena, habían roto el eslabón.
Desde luego, la novedosa óptica con la que diseccionaron el entorno les llevó a crear, sin pretenderlo, creo (no le veo parecido alguno en la génesis con otros movimientos como el surrealismo, el dadaísmo o el ultraísmo), toda una corriente literaria que perdurará en el tiempo con características muy claras y en donde, el viaje, lleve al destino que lleve éste (incluso a la muerte), tiene un papel preponderante: el camino, no la meta; el tránsito, no el objetivo.
La figura del creador como facineroso y ladrón -Genet es nuestro prototipo en Europa-, no era conocida en EE UU hasta que salió a flote esta pléyade de escritores.
Curiosamente, todos ellos fueron delincuentes juveniles sin fe en la sociedad que vivieron.
Esperemos que la apatía y la desidia que presiden los actos de la juventud actual en Europa, ante el desgarro y la desestructuración de la sociedad y de los sistemas en que se organiza, no llegue a estos límites aunque tengamos que prescindir de innovadores similares a los citados.
Parece evidente que el pago que hay que abonar no es el adecuado, máxime, cuando de seguro estos movimientos nacen de una circunstancia social e histórica determinada.
Curiosamente, tal como la que estamos atravesando en España y en Europa en estos instantes: jóvenes muy preparados, mucho más que sus padres, que sus gobernantes, que sus potenciales empresarios y que los testaferros que los esconden.
Los más preparados en calidad, sabiduría y buen hacer que ha tenido jamás Europa, y, sin embargo, no pueden desplegar su talento y ponerlo al servicio de la sociedad porque a los que manejan la marioneta, les dio hace aproximadamente una década por hacer caer el sistema para volverlo a levantar de nuevo; cuando a ellos les salga de la realísimas ganas, que es lo mismo que decir cuando les venga bien para sus oscuros tejemanejes.
Pero, cuidado. Este esparcimiento al que son aficionados los poderosos puede reventarles en la cara y algunos de los movimientos sociales que nada les gusta a los partidos gobernantes en estos momentos, son un fiel reflejo de lo que digo.
El sistema va a reventar, y no tardando mucho. Posiblemente en las próximas elecciones generales.
Tampoco hay que tener miedo. La regeneración es necesaria, no sólo en política, también en la economía y sobre todo en la recuperación de valores y principios.
Hay que diseñar una nueva ética de los comportamientos antes de que se imponga por la fuerza. Que nadie lo dude a estas alturas de la película.
Algunos sistemas o se reciclan, se adaptan, se depuran... o se irán simplemente al carajo, por utilizar un apelativo lábil.
Más conveniente sería poner los medios adecuados para no llegar a la aceptación de tanta radicalidad como práctica habitual de vida, pero, los asentados en el poder siguen aferrados a lo de siempre: erre que erre.
Allá ellos.
Paco Huelva
Octubre de 2014