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Es que no te merecía (2014)


No llores más. No llores más por ese hombre, no te convenía. Te lo dije un montón de veces pero no me hacías caso. Él no era de los nuestros, niña. No hubiera sabido entenderte. Tú no puedes comprender esto porque eres joven, pero cuando pasen los años me darás la razón. Él sólo quería de ti las cosas que ya sabes, nada más. Luego, una vez que te hubiera engatusado con sus manos trucadas, te habría tirado como se tira lo viejo; o te hubiera puesto a trabajar en un tugurio, que de esa calaña era el Fernando. Que yo lo conocía de la calle, niña, y la calle enseña mucho aunque ustedes creáis que es mentira. Para eso sirve la vida y no para otra cosa, para aprender a base de golpes. Y a mí, a Rodolfo Quintanilla, no lo va a engañar a estas alturas ningún calamar como el que habías traído a casa sin mi permiso. Te avisé cuando pisó el barrio de que ese hombre no te encajaba, Rosa; pero tú erre que erre a escondidas, como si yo no me enterara, como si nadie estuviera obligado a avisarme de las cuestiones que me importan. Desde el día en que me lo eché a la cara le puse la cruz. Me dije, por mis muertos que lo mato. Por eso ahora no estoy preocupado, porque sabía de antes lo que había que hacer... Tal y como padre me enseñó que había que andar los caminitos nuevos: habiéndolos pensado antes. Porque si entras a ciegas, cualquier sombra puede darte la muerte, recuérdalo siempre. Estaría escrito así, digo yo, y ahora, lo que tenga que venir vendrá, Rosa. Tu madre me dijo, hijo, deja a ese hombre tranquilo; no te metas en más líos por lo que más quieras; contrólate un poco, hijo, contrólate: hazlo por mí. Pero ella qué sabe, la pobre. Qué sabe ella de lo que hay que hacer si siempre estuvo en casa pariendo hijos. Eso es lo que ha hecho en la vida, Rosa, parir hijos y hasta robar cuando fue necesario para sacarnos adelante. Sin embargo, desde que murió el viejo y tuve que encargarme de la casa, nada ha faltado. Eso nadie puede discutírselo a Quintanilla. Me las he ventilado bien como todo el mundo sabe. Y así será siempre, Rosa. Así será mientras tenga la vara de mando y los ojos abiertos. Padre antes de morir me hizo jurar que cuidaría de vosotros, y eso es sagrado para mí, niña. ¡Sagrado! Ahora, aunque esté entre rejas, tampoco os faltará de nada. Díselo a madre, no te vayas a olvidar. Dile también que alguien de mi parte le llevará dinero todos los meses, que no se preocupe; que aquí está su hijo mayor para que ella no tenga problemas, para que no pase hambre. Dile que ni encerrado podrán conmigo, Rosa, díselo de mi parte. Aquí en el trullo ya he tenido que enseñarle los dientes a unos cuantos que andan por ahí con mi firma. No he ido a más porque me los quitaron de en medio, que si no, también estarían criando malvas como el Fernando. Pero, arrieritos somos, que tiempo habrá para zanjar como se debe esos asuntos. Ahora ya, aquí dentro, nadie quiere probar la medicina de Quintanilla. Ya saben cómo las gasto y de qué pasta estoy hecho. Que es bueno que la gente entienda cuanto antes con quién hace los tratos, para que no se equivoque, para que tenga claro qué vereditas pueden andarse y cuáles no. Las cosas hay que hacerlas por derecho, así me lo enseñó padre. En cuanto al que enterraron el mes pasado, te repito que no te merecía, Rosa. Además, ya está muerto, no le demos más vueltas al asunto. Los muertos muertos están y ya está. De qué vale ahora que te pases el día llorando. No vale para nada, niña. En cuanto pueda me ocuparé de ti, te lo juro. Te buscaré un hombre de verdad. El que tú te mereces y no el mico ese que te entró por los ojos y te volvió loca. Pero ha de ser de los nuestros, niña, no se pueden romper las reglas. Eso deberías comprenderlo ya con la edad que tienes, porque no está bien que tú decidas quién debe y quién no debe entrar en la familia. Eso no te corresponde. No te corresponde y lo sabes muy bien... Yo no debería andar explicándote estas cuestiones porque para eso están las mujeres; para eso tienes a madre, a las tías, o a las otras mujeres nuestras. ¿Te he fallado yo alguna vez? ¿Es que te he fallado...? Entonces ¿por qué me haces esto? Mira, desde que padre me dejó el encargo de cuidaros ¿os ha faltado de algo? ¿Os ha faltado algo, di? ¡No!, ¿verdad? Por eso no deberías venir aquí, a la cárcel, y ponerte a llorar como una Magdalena delante de todo el mundo. Eso no está bien, niña. La gente aquí sabe, aunque tú no lo creas, que yo te maté al marido. Lo sabe todo el mundo porque aquí dentro se sabe todo. Y si vienes con lloriqueos y pamplinas no me estás mostrando respeto. Mi autoridad se pondrá en entredicho, y eso, aunque seas mi hermana chica, no deberías hacerlo ni yo puedo consentirlo. Quiero que lo comprendas, niña. No me compliques más las cosas porque tengo muchas cuestiones en que pensar. Muchas. Porque tú no sabes lo que es hacerse responsable de una familia con dieciséis años, como me tocó a mí. Que yo no pedí ser lo que soy. Que el que está arriba sabrá por qué hace las cosas así y no de otra forma. Por alguna razón me haría nacer primero y darme esta responsabilidad, digo yo. Y tú no puedes venir ahora diciéndome que si lo echas de menos, o que si patatín o patatán... Y menos aquí en el bujío, donde todo el mundo anda pendiente de mí a ver si encuentran algún lado flaco para entrar por ahí y perderme. Mira, te lo repetiré por última vez. El Fernando no te merecía porque era un chulo y un descastado. Además, su familia y la nuestra nunca se llevaron bien, lo sabes de sobra. Lo sabías antes de liarte la manta con él porque yo te lo avisé. Sólo tuya por tanto es la culpa de lo que ha ocurrido y no mía. Así que ahora no me vengas con lágrimas y mucho más delante de todo el mundo. No te lo voy a decir más. Haré lo que me enseñó padre y sólo eso: avisar una vez, porque es de cabales. Pero no vuelvas a venir a la cárcel de esta forma. No lo vuelvas a hacer porque te mataré en vida. Te echaré de casa y para mí será como si hubieras muerto, como si no hubieras nacido. Me comeré la pena por dentro para que no se note, pero no te miraré más a la cara. Así que, ya sabes... Te vas a casa, le dices a madre lo que he dicho, y ya puedes empezar a bichear por ahí para alimentar al hijo que te plantó el Fernando en la barriga, que tú te lo has buscado. Procura no caer otra vez en manos de ningún otro sin mi permiso, porque te aseguro que tardará el mismo tiempo que éste en andar a hombros y con los pies por delante. Ya te buscaré yo un hombre, Rosa; que eso es cuenta mía... No me pierdas el respeto porque eso no está en las reglas. No te lo repetiré más, nunca más. Y ahora, vete a casa y cuéntale a madre lo que he dicho. Anda ¡vete ya!