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Errores

"Equivocarse en la vida es necesario para la vida" -decía Nietzsche-. Esta máxima, que en principio puede parecer contradictoria es fundamental para poder enmendar el comportamiento aprendiendo de los errores. El predominio de la luz sobre la oscuridad sólo puede alcanzarse caminando grandes superficies de sombra. Vivir no es fácil: es una continua enseñanza, una lección nunca aprendida, un silencio roto por sonidos que a priori no se entienden pero que amoldan el porvenir, que tejen lo que seremos... Pero sacar provecho de las faltas no está al alcance de todos -por error o por omisión, que sería aún más grave-. Muchas personas nunca aceptarán haberse equivocado. Esa absurda y/o mezquina posición en vez de ensalzarlas las empequeñece, las convierte en seres torpes, orgullosos, vanidosos, dignos de lástima o, en su caso, de la repulsa y denuncia más clara: el descubrimiento -escarnio, tal vez- público de sus maquiavélicas posiciones. Hay quienes se equivocan por temor a equivocarse (Hegel), las hay que no se equivocan porque nunca hacen nada, o porque no se proponen nada razonable (Goethe), y las hay, que se equivocan pero actúan de buena fe; éstas, según Diderot, son dignas de compasión nunca de castigo. Swift, decía, que una persona no debe avergonzarse nunca de confesar -manifestar, publicar, diría yo- su equivocación; pero esto es sólo literatura, la vida es otra cosa -dirán muchos maniqueos-. Y se equivocan. Torpe y engreídamente se pasan de listo: cogen el rábano por las hojas. Los engaños -como el amor, la lealtad absoluta, la militancia en donde fuere, la pubertad, la suerte, la pena..., en definitiva, la vida- no pueden mantenerse perpetuamente.
Comenzamos un nuevo curso político. Además, viene cargado de cuatro citas electorales a corto plazo de vital importancia: el referéndum del Estatuto de Autonomía de Andalucía -importantísimo para el autogobierno de los residentes en este territorio- que tensará la musculatura de los partidos en liza así como de sus representantes; las elecciones Municipales, que conformarán el plantel de hombres y mujeres que se harán cargo de nuestros problemas cotidianos y más cercanos; las elecciones Autonómicas y las Generales. Desde ahora hasta que finalicen todas ellas, conquistar el beneplácito de la ciudadanía es la única y principal, además de legal, tarea de los partidos políticos que, para ese maratón draconiano, diseñarán programas y estrategias siguiendo sus distintas corrientes ideológicas que les permitan salir airosos del trance de las consultas populares -el único lugar, como sabemos, donde reside la soberanía: el pueblo-. Pero, enlazando con el inicio, nadie reconocerá haber cometido errores. "El error es una planta tenaz: florece en todos los suelos", decía Tupper. Pues no, mire usted. Ahora escucharemos infinidad de veces que los equivocados son los otros; que los que especularon, los otros; que los que mintieron, los otros; que los que no hicieron, los otros... Y digo yo, tanto cuesta aceptar que somos humanos y que erramos, que a veces, erramos. Los votantes tal vez prefieran a una persona -u organización- que tiene capacidad para corregirse, aprendiendo de los errores, antes que a un mentiroso aferrado a su negligencia o incapacidad. Al final, el escenario se convertirá más en un psicodrama adúltero -con perdón por la metáfora- de los que acostumbra a darnos -y deleitarnos- Woody Allen que en una confrontación limpia que afronte los verdaderos intereses de la ciudadanía.