El otro (2014)
He entrado en un lugar que se parece a mi despacho y puede que en algún momento lo fuera.
No obstante, debo afirmar que dicha sala me resulta algo inquietante. El sillón donde habitualmente me siento no está regulado a mi altura. El cenicero está al otro lado de la mesa donde suelo utilizarlo. Y aunque la documentación que tengo que analizar o responder, me resulta ajena, a pesar de todo no le doy más importancia para no levantar sospechas porque siempre me ha gustado pasar desapercibido en lo posible.
Llamo a mi secretaria por el interfono y nadie responde, puede que haya salido a desayunar, me digo.
Al cabo del rato, empiezo a sospechar seriamente de que el despacho que ocupo puede no ser el mío. Abro la correspondencia que me entrega una ordenanza y su contenido me resulta insólito. No sé lo que debo hacer con ella. ¿Me habrán cambiado los jefes la tarea que desempeñaba hasta ahora sin comunicármelo?
Me levanto para sacar un café en la máquina que he visto al entrar, en el pasillo. En el cristal de la misma veo una figura desconocida que no concuerda con la mía. Me muevo -con cierto nerviosismo- y la imagen lo hace al compás inverso devolviéndome la tendencia de un organismo que no es el mío, que no es mi cuerpo.
Dejo el café en la repisa de la máquina y entro en unos aseos que atisbo al final del pasillo. Con asombro veo en el espejo a alguien que desconozco. Me agarro al lavabo para no desmayarme mientras sigo mirando al otro: al que está dentro del espejo.
¡He amanecido en el cuerpo de otro!
Las piernas me tiemblan -apenas pueden sostenerme- y mi corazón -o del que fuere- amenaza con salir fuera del lugar habitual para dichas vísceras. La duda me asalta -convulsionando mi cuerpo- porque no sé si soy yo o el otro. Tampoco sé lo que me interesa más en estos momentos y si debo llamarme como me llamo o de otra manera que desconozco.
Decido conservar la calma y hacer como si no supiera nada, como si realmente nada inconcebible hubiera pasado en mi vida. Normalidad, me digo. Ante todo tranquilidad, mucha tranquilidad. Creo que es lo más aconsejable en estos momentos.
Me dedicaré a ejecutar lo que me ordenen. Si lo hago así, a lo mejor nadie lo nota.
Pero, ¿quién soy ahora?
No importa. Seré lo que deba ser. Cuando sabía quién era y estaba en mi cuerpo también dudaba de que estuviera comportándome como los demás esperaban que lo hiciere. Por tanto qué más da. Me acostumbraré.
Sé que ahora voy por el mundo engañando a la gente. Yo no soy quien aparento. Me pregunto en cuántos cuerpos he estado con anterioridad o cuántas personas he sido antes de ser la que ahora soy.
No sé contestar.
Decido que tampoco importa. Antes de que me ocurriera esto -que ahora escribo por desahogarme- tuve tiempo de aprender que los demás tampoco son tal como se me ofrecen.
Vuelvo a la cafetera y tomo el café que dejé en la repisa; me siento en el sillón del despacho luego de regularlo a mi altura y comienzo a estudiar la tarea que se me ha encargado.
Los sobres que me han entregado van dirigidos a un tal Francisco Huelva Cala; a partir de ahora deberé llamarme así, será lo mejor. Al final, opto por llamarme Paco. Paco Huelva. Lo repito en voz alta varias veces para acostumbrarme a su sonido. Mientras estoy en estas tareas de reconocimiento, suena el teléfono:
¿Paco Huelva? -preguntan.
¡Sí, dígame! -contesto.
Paco Huelva
Septiembre de 2014