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Demo

Nadie hubiera podido presagiar esa mañana que una tragedia de tal magnitud se nos iba a echar encima.
El incidente -por llamarlo suavemente- rompió la programación que mi hija y yo habíamos realizado y aniquiló, además, las perspectivas halagüeñas preparadas para ese día de sábado.
Todo comenzó, cuando... sobre las once de la mañana, después de desayunar opíparamente, nos sentamos, tal y como estaba previsto, frente a Demo.
Demo, hay que decirlo, es nuestro ordenador portátil recién adquirido: el orgullo de la casa.
Habíamos programado -tremenda palabra-, pasar la mañana iniciándonos en una serie de videojuegos y compitiendo ambos en eso de escalar castillos y luchar contra monstruos que lanzan disparos certeros y difícilmente esquivables.
Cuando más ilusionados estábamos con los juegos, de pronto, Demo, sin avisar, y sin presentar en pantalla ningún signo de que se hubiera realizado una operación extraña, hizo algo para lo que no estábamos preparados: el puntero del ratón desapareció de la pantalla. Así. Sin más.
Lo buscamos por todo los rincones; primero con cara de escépticos: especialmente yo, que me la daba ante mi hija de sabelotodo de las artes informáticas; y luego, intentando mirar ambos ¡qué barbaridad!, detrás de cada icono, pensando quizás, que se hubiera escondido asustado por el entusiasmo con que ambos nos habíamos colocado frente a su pantalla. Pero qué va, todo fue inútil, no aparecía por ningún lado.
Rendidos ante la evidencia -no tenia ni pajolera idea, hube de reconocer a mi hija- decidimos apagar el ordenador, en plan duro, sosteniendo el dedo por largo tiempo en el interruptor de encendido, a lo que Demo contraatacó, no dejándose apagar.
Pero, para mi desgracia, ahí no iban a acabar nuestras penas.
A la vista de lo que había, me lancé sobre el enchufe y lo desconecté del suministro de energía eléctrica.
Demo, por su parte, había decidido que el castigo no había sido suficiente y se pasó por el forro el suministro eléctrico y siguió encendido como si tal.
Ante tremenda negativa a cumplir nuestras órdenes, llegamos a la conclusión de que Demo, sin más, se había ofendido por algo que habíamos hecho o, incluso, hubiéramos dicho y nos estaba jugando una mala pasada. ¿Podía oírnos Demo?
Como ejemplo de lo que decíamos nos sirvió hasta el reloj del ordenador, Demo había parado su reloj que marcaba insistentemente las 11:23. Había detenido el tiempo; al menos, el suyo. ¿No vivíamos en el mismo tiempo? ¿Cómo podríamos regresar al tiempo en que Demo estaba instalado y que nosotros habíamos ya rebasado?
Pero ahí no terminaba la cosa. Lo que más nos molestó, no era que no nos dejase hacer nada, ni siquiera apagar el sistema, sino que, en el colmo de la desvergíenza, había dejado una pantalla fija donde se veía al héroe de uno de los juegos -Rayman de nombre, para más señas- que se bufaba de nosotros con la lengua afuera, mientras, con los brazos, hacía una especie de remolino más parecido a un corte de mangas que a otra cosa. ¡Sí!, un corte de mangas con todos sus atributos. ¡Será mamón el Demo éste! -me decía.
De nada nos sirvió desconectarlo, se había cargado por completo de baterías; estaba atrincherado en sí mismo como lo hace un niño cuando tiene una rabieta; arropado en este caso por miles de millones de circuitos especiales y por infinitos caminos virtuales donde podría esconderse y donde yo, además -sabía él-, jamás lo encontraría.
Como última medida, luego de ensayar todas las argucias que nuestro conocimiento nos permitía, cerramos la tapa que hace además de pantalla, no esperando nada especial de este tonto gesto, como efectivamente ocurrió; dado que él, sin darse por enterado, siguió funcionando como si tal cosa, como si estuviera por encima del bien y del mal.
La ansiedad que nos produjo se agravaba porque... en breves instantes, llegarían a casa, invitados por nosotros -para que vieran nuestro ordenador portátil y para que los niños de ambas familias pudieran jugar-, unos amigos con los que habíamos quedado y a los que queríamos asombrar con nuestros conocimientos informáticos.
Ante tal situación y para no quedar mal y reconocer que éramos unos inútiles en esto de los ordenadores, escondimos a Demo en un armario [en cuya oscuridad quedó encendido, alumbrando -con su sonrisa y su corte de mangas- los trajes de mi señora que adquirieron un tinte desconocido] y, sin más preámbulos y poniendo cara de consternación, les aseguramos a la visita que, el día anterior, y, estando en casa de unos amigos -desconocidos de ellos-, sin percatarnos, nos dejamos el portátil en su vivienda.
En fin, por suerte, porque en la vida a la postre no todo son desgracias, no pasamos un mal día... Salimos al campo, paseamos, charlamos... Cosa, que por cierto, no realizábamos desde hacía tiempo -desde que compramos el dichoso ordenador- e incluso, tremenda arrogancia y orgullo por mi parte, estuvimos hablando de las dificultades que a veces plantea el uso de un ordenador sin el conocimiento mínimo de los programas que se utilizan; una conversación de lo más normal entre dos parejas de amigos que se conocen y, como todas, se mienten en las cuestiones más triviales.
No obstante, la figura de Rayman con la lengua afuera y el corte de mangas, haciendo perfectos remolinos, no la olvidaré nunca; mantendré mi odio contra ella mientras viva.
En cuanto llegue a casa -espero que haya transcurrido el tiempo suficiente para agotar toda la batería que acumuló- lo borraré, lo sacaré del ordenador, indagaré en todas las carpetas y en todos los programas y no dejaré ni rastro de él aunque tenga que quemar el dichoso computador.
Ése es el único pago que puede recibir de mí después de la afrenta que me ha realizado. No descansaré hasta aniquilarlo: lo quiero fuera de mi vida, fuera de mi casa, fuera de mi ordenador -¿es mío, o tiene vida propia?-, no lo admitiré ni en los sueños... (Confío).
Estoy seguro de que fue él -Rayman- quien convenció a Demo para que nos hiciera esta jugarreta: con millones de planteamientos lógicos que se me escapan, extraídos burdamente -por no decir robados- de las infinitas memorias de cristal líquido por las que anduvo antes de llegar aquí.
Demo, al fin y al cabo, era sólo otra víctima más de este americano virtual diseñado por los que gobiernan para manejar las conciencias de los niños y de sus padres -me dije, para consolar mi ignorancia.
archivado en:
manuel rubiales
manuel rubiales dice:
22/01/2007 09:24

No te preocupes Paco que si me echo a la cara al Rayman ese de marras, o a su coleguita el Demo, te vengaré convenientemente. Ya he dado cuenta esta mañana del lacio del osito panda del antivirus, que encima me da la bienvenida con recochineo, cuando, aún dormido, comienzo la jornada laboral encendiendo el Appel, que debe ser de la misma banda que tu Demo. No he visto en los días de mi vida un oso panda tan sieso, malas puñalás le den.
Vino y besos.

Lucia
Lucia dice:
23/01/2007 00:11

Lo de "Demo" fué premeditado y alevósico, las máquinas también piensan, no creamos. En el fondo, Demo te hizo un favor, o ¿Acaso no es mejor un encuentro "real" con tu hija, esa salidita al campo que hiciste -aprovechate mientras quede - y ese paseo, esa charlita de la que hablas... que estar frente a esa otra "caja tonta" en la que se puede convertir también el ordenador?

¡Bien por Demo, sí señó,! lo siento si no te cayó bien lo del corte de mangas del Raiman ese, "las máquinas, afortunadamente, a veces se rebelan!!

Cien abrazos a todos

PacoHuelvaCala
PacoHuelvaCala dice:
23/01/2007 00:29

Es cierto, bien lo sé, que pueden hacer lo que les de la gana, pero lo del corte de mangas...
¡Por favor!
Se devuelven los Y cien, Lucía.
PACO HUELVA

Maria de Huelva de toda la vida
Maria de Huelva de toda la vida dice:
23/01/2007 22:58

Unicamente decirle a Paco Huelva que es único y que por favor se ponga en contacto conmigo.

PacoHuelvaCala
PacoHuelvaCala dice:
23/01/2007 23:44

Gracias por tu comentario, María. Mi correo es fhuelva@msn.com
MIS SALUDOS
PACO HUELVA