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Calle de la Montera (2015)


Río tumultuoso surcado por barcos que izan banderas de todas las naciones y en cuyas encarnaduras se reflejan la soledad, el miedo y la utilización del sexo como negocio.
Torre de Babel donde la política de gestos ha reemplazado a las palabras y a los hechos. Lugar olvidado por los gobernantes de todo signo que permiten este atropello cometido contra seres humanos que llegaron allí, a aquel árbol, a aquella puerta... después de infinitos y negros lamentos.
Por ella, por esa Calle de la Montera, baja incesante una masa abigarrada de congéneres -de origen diverso- entre las cinco de la tarde y las tres de la mañana.
Desde la Gran Vía hasta la Puerta del Sol, van mirando el escaparate... la continua exposición de cuerpos en venta que son vigilados de cerca por los chulos de turno atentos al movimiento del dinero.
Adosadas a las paredes, decenas de personas ofertan sus cuerpos a los viandantes. Ligeras de ropa, dirigen miradas perdidas a los ojos de los potenciales clientes. Cuando descubren un gesto, un brillo, un no sé qué que sólo ellas conocen, acuden a cerrar el trato y si hay suerte enderezan el paso hacia un rincón oscuro y fétido en donde consumar lo pactado.
Calle de La Montera: Arca de Noé de todos los tiempos; memoria viva del proxenetismo español del que tanto jugo sacó la literatura. Nicho incipiente donde se dibujan caras que pronto acabarán en el tanatorio o en una desdichada vejez anticipada; espacio donde una dosis de heroína pone una sonrisa en los labios de alguien que se asoma algo más al precipicio que absorberá su vida; ventanal abierto a las miserias de la humanidad; pintura costumbrista de los deseos no tan ocultos que nos habitan; esperanza de vida de unos pocos; vergí¼enza pública de lo que somos; rabo del diablo; fuente de inspiración y de rechazo para dogmáticos, meapilas y otros especímenes que la usan como argumento degenerativo en las conversaciones sociales, pero que, siempre, ayudaron con su aquiescencia y su concurso al mantenimiento de dicha actividad en el tiempo.
En todas las ciudades existen calles como ésta. En ellas se comercia y se trafica con personas como usted y como yo, o como nuestra madre o nuestra hija.
¡Sí! No sea remilgado, no le asuste la realidad.
Si las cosas les vienen mal dadas su hija o su madre pueden ser una de las figuras de cera que, a pesar del frío reinante, expondrán sus tersuras para el consumo de otros.
Puede parecerle duro pero es así. No se mienta a sí mismo. De nada sirve engañarse.
Y hay que legislar. Hay que ordenar normativamente el ejercicio de la prostitución, como en muchos países, como en muchos Estados occidentales. Hay que arrinconar a la figura del proxeneta, acosarla, eliminarla.
La ceguera, querido lector, no es privativa de los ciegos.
Paco Huelva
Enero de 2015