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Bichos VI (2014)


SERPIENTES
Ninguno de los dos la había visto. Ni siquiera la habían intuido. De ahí la sorpresa y luego el susto de Anastasia. ¡Pero susto! De seguro que estuvo escurriéndose a sus anchas por toda la finca y no se sabe cómo logró pasar desapercibida para ellos y lo que es más oscuro, para los perros y los gatos. Un misterio. ¡Vaya defensa que tenían!, se dijo.
Anastasia, después de desayunar y luego de despedir a Ignacio, que iba a echar el día cortando encinas para leña en la finca Los Mellado, se puso a rastrillar la zona de los rosales bravíos que habían nacido cerca del portalón de entrada, con objeto de que el yerbazal no los atosigara. Aunque eran bravíos, parecían de pitiminí y Anastasia se había encaprichado con ellos. Blancos como la nata, decía que eran.
En un momento dado, una de las horquillas del rastrillo chocó con unas maderas apolilladas que no recordaba que estuvieran allí ni a cuento de qué. Soltó el instrumento y comenzó a recoger los palos, que servirían para encender de forma rápida la chimenea cuando llegasen los rigores del invierno y ésta demandase su ración vegetal con la que mantener caldeada la estancia y ajena a las insistentes humedades de la sierra.
Al levantar uno de los maderos éste se quebró y, después de lo que vio, soltó el trozo que tenía en la mano mientras daba un brinco, acordándose de San Antonio bendito y otras figuras etéreas.
El bicho no se movía. Por lo que dada su quietud Anastasia se acercó con cautela y tocándolo con una vara larga comprobó que todo había sido un espejismo.
La serpiente ya no estaba allí. Estuvo, parecía que estuviera, pero ya no estaba. Ella se había mudado de piel. Había escogido ese lugar exclusivamente para eso. Su antiguo ropaje, su vieja apariencia, su camisa vieja es lo que allí dejó.
Hoy -¿estaría aún en la finca?-, ahora, arrastraría su silencioso cuerpo de nuevos y brillantes colores por otros lugares de caza. Anastasia tomó con la mano, ya sin miedo, el antiguo pijama de la serpiente y lo colgó en un olivo para que lo viera Ignacio.
Pero Anastasia no estaría ya tranquila en casa por un tiempo, temerosa de que en cualquier momento la serpiente se metiera en casa o anidara en el soberado, entre la paja, y le llenase de viborillas la misma.
Paco Huelva
Septiembre de 2014