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Bichos V (2014)


ARAÑAS
Ignacio no ha encontrado tajo para mañana domingo. Es quince de agosto y sacan a la Piedad por las calles del pueblo, engalanada y bien baqueteada para que luzca entre sus fieles.
Los costaleros llevaban semanas entrenando dale que te pago por las calles, de madrugada, realizando la "levantá" hasta que la puesta en escena, que durára unas dos horas, quedó a gusto del capataz.
Aunque en otra época, en la mocedad, Anastasia salía en la procesión con un vestido oscuro, la peineta de carey que recibío de su madre y ésta de la suya, bien fijada en la cabeza, y la mantilla negra cubriéndole el pelo y la espalda, esos tiempos pasaron. Como pasa incluso la vida, piensa Anastasia con añoranza.
Anoche decidieron hacer hoy una limpieza general, pero, especialmente, que Ignacio corriera las tejas para que el agua no se filtre durante el invierno en el soberado y se moje la paja acumulada.
Al alba Anastasia ha desplegado en la terraza escobas, brochas, cubos, cal en piedra y trapos viejos para usarlos de algofifas. En un revuelo han retirado muebles, arrastrado sillones y mesas, descolgado cuadros, desmantelado camas, y puesta en solfa la quietud de la casa que parece mecida por un terremoto incontenible que rompe la calma con un ansia imparable y desbordada.
Mientas Ignacio se encarga del tejado, Anastasia, con manos alargadas por palos de escobas enredados en bayetas, recorre cada rincón de la casa rompiendo telas de araña primorosa y artísticamente diseñadas a lo largo del año.
Las arañas, que ya se veían venir el desastre, se zampan de un tirón todo lo que pueden de la despensa, recogen sus alargadas patas y se convierten en bolas rodantes, en boñiguillas perfectas, que, las escobas, llevan rodando hasta el recogedor y, desde éste, son lanzadas a la hierba cercana a la huerta.
Pasado el peligro, desenroscan las patas y caminan por el árido terreno sabiendo que han perdido el hogar y... lo que es más importante, la reserva de moscas, mosquitos y polillas que tenían almacenadas.
Ahora toca trabajar fuerte de nuevo, elegir otro lugar o intentar hacerse con el mismo, a fuerza de peregrinar y pasar mil calamidades, para, cuanto antes, adelantándose al invierno que ya se anuncia en la cortedad de las tardes, buscarse un nuevo refugio, apilar comida de nuevo y esperar que la llegada de la primavera y el verano traigan otra vez la abundancia.
Paco Huelva
Septiembre de 2014