Bichos III (2014)
GATOS Y PERROS
La gata tuerta con su camada de siete gatillos campa por la finca de Abelardo el arquitecto, dueña absoluta del territorio, en donde disfrutan los pequeños felinos a sus anchas mientras juegan de forma incansable al gato y el ratón.
Abelardo vive en la ciudad donde tiene negocios y solo viene los fines de semana, cuando viene, que eso tampoco lo tiene claro Ignacio últimamente, porque, mira que son raros estos tíos de dinero que teniendo una finca como la que tiene y una casona que le habrá cosatado un pastón, el tío vive en un piso de la ciudad, de seguro que en una torre de esas que te asomas y las personas de la calle parecen hormigas. Pero, en fin, él cumple con lo apalabrado, el otro le paga, cada uno en su casa y Dios en la de todos, se dice.
Ignacio se encarga de regar las plantas cada dos días y, últimamente, de echarle de comer a una gata parida que se acomodó tras los chismes de un cuartillo, en donde el arquitecto arrumba infinidad de cosas, que no puede explicarse Ignacio muy bien para qué carajo le van a servir al dueño por lo variopinto de lo acumulado.
Una tarde Ignacio se lleva a los perros en la trasera del Land Rover, más que todo para que corran un rato y disfruten, que siempre están metido en las estrecheces de su pequeña huerta o amarrados las más de las veces durante el día para que no den la lata.
Cuando abre el portón trasero del coche y bajan los perros como balas que buscasen destino, se monta la revolución.
La gata tuerta maúlla el peligro y los siete pequeños felinos alcanzan en un santiamén las ramas de los olivos cercanos, como si fueran monos de feria adiestrados para saltar entre pértigas imposibles.
La gata se queda en tierra enfrentando a los perros, mientras enseña abanicos de uñas afiladas y dientes generosos, en una boca de la que salen maullidos de aviso nada amistosos. Levanta el lomo y el rabo, como para parecer mucho más grande, más agresiva si cabe, pero sin abandonar un milímetro de terreno en la defensa de sus crías.
Cuando tiene acobardados a los perros, que ladran y hacen por atacar pero nada concluyen, mira de reojo con el ojo que le queda y, cuando comprueba que toda la camada está a salvo, pega un brinco y sube al olivo más cercano seguida de los perros que, cobardes, ven así la batalla ganada habiéndose comido un pimiento.
Los perros, orgullosos ante el amo y ante sí mismos de la "heroicidad" llevada a cabo, mean en la base de los árboles marcando el terreno con olores propios.
A la vista de cómo está el asunto, en un descuido de los perros -que andan dormitando, cansados de haber hecho el ganso-, la gata tuerta da un maullido y corre seguida de la camada hasta conseguir salir de la linde alambrada de la finca.
La gata sabe que, hasta que los perros no se monten nuevamente en el coche y se vayan sus cachorros no podrán vivir tranquilos.
Los pequeños aprendieron hoy dos cosas: cómo son las vicisitudes en el campo, y que, con los perros, al menos por ahora, no deben jugar.
Paco Huelva
Septiembre de 2014