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Bichos II (2014)


EL ALACRÁN
Ignacio Camuñas, jornalero a destajo cuando hay tarea, en lo que sea, se levanta descalzo a media noche para ir al aseo. Hace tiempo que la puñetera próstata lo trae a mal parir y raro es el día que no debe hacer dos o tres veces la misma incursión nocturna para aliviar una vejiga que luego suelta poco o nada, de puro goteo esmirriado.
Lo hace cabreado con la próstata y con el mundo entero, porque, estas levantadas en el silencio de la noche, cada vez más frecuentes, le recuerdan que se está haciendo mayor, que a su padre le pasaba igual cuando viejo... que, incluso, sin darse cuenta siquiera, se meaba en los pantalones y ni tiempo tenía el pobre para sacársela.
Ignacio sabe que el tiempo es un maestro infatigable que te hace comprender las cosas de puro exteriorizarse y que sus designios son implacables y tercos como mulas de padres borriqueros: las canas, las manchas en las manos y brazos, el permanente cansancio, la cara que devuelve el espejo que no es tu cara y que se va pareciendo a la de tu padre antes de morir... en fin, una putada tras otra que ha de tragarse sin rechistar porque así es la vida y punto. Todo eso y más sabe Ignacio, aunque ande dormido y con los ojos cerrados como para no despertarse y volver a la cama a ver si puede engatusar al sueño y que no se escape, que esa es otra, cada vez duerme menos.
Camina descalzo por los ladrillos, arrastrando los pies para no pisar a los perros que dormitan por medio de la casa y que acostumbrados al nocturno trajín de su dueño ni se inmutan; ni la cabeza levantan: saben que aún no es hora de salir a la calle, que no hay luz en la ventana.
Busca el equilibrio tentando las puertas, las sillas, los sillones balancines y el resto de mobiliario hasta llegar al cuarto de baño. Toquetea por la pared y le da media vuelta de tuerca al interruptor de la luz cuando lo encuentra; entonces, de detrás del lavabo, y con el aguijón levantado como una bandera enemiga se iza un alacrán en actitud de lucha. Parece una gran araña mostrando a quien quiera verla su periscopio de muerte, que lleva siempre cargado de sustancia letal, por si las moscas, y en sus genes grabado el instinto de que ha de morir matando: no hay tu tía, o tú o yo, parece querer decir.
Ignacio Camuñas no le da cuartel, no anda su ánimo para jilipolleces. Agarra una de las botas de labranza, que están allí porque ha de calzársela dentro de poco, en la alborada, y sin opción alguna lo aplasta con saña de varios golpes reiterados.
Luego, Ignacio orina lo que corresponde y le da la gana a su encaprichado cuerpo, mientras observa de reojo los estertores del bicho, como si no se fiara de él. Se escurre con parsimonia goteando orina fuera de la taza, apaga la luz y se acuesta.
No es posible la convivencia, piensa, recordando al alacrán mientras se deja caer en la cama con sigilo para no despertar a su esposa que ronca de forma sibilante.
Paco Huelva
Septiembre de 2014