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Ausencia

Tengo un amigo que padece mal de ausencia. Cuanto más cerca le tengo más lejos parece estar. No es por tanto su falta de presencia lo que me atosiga, sino su no estar estando presente. Es algo impertinente, fatídico. Supongo que algo tendrá que ver su retraimiento con su pasado político. Al igual que el hombre que marcha a una guerra deja sus principios en la taquilla del cuartel donde se pone el uniforme, imagino, que el político que está de vuelta, olvidó, en algún lugar, las reglas fundamentales que integran a las personas en el magma social. Su enajenación parece adrede pero intuyo que va más allá de su voluntad. Pero claro, esto es una afirmación sin fundamento. Mi amigo habla poco y, cuando lo hace, dice cosas incoherentes tales como: "cuando la política se instala entre nosotros, muchos intelectuales se vuelven fanáticos, idiotas o simuladores", o, "algunos políticos huelen a naftalina de guardarropía," o, esta otra, que a mí me llama poderosamente la atención, "la mayoría de los políticos sustituyen la libido por el anhelo del poder". La verdad es que yo me quedo mirándole y a veces me fallan los argumentos, me siento un vulgar Sancho de un Quijote que ha perdido la sesera ante los molinos de viento del poder. Por más que atizo al jumento de mi razonamiento, no alcanzo al Rocinante que ante mí monta el hidalgo que otrora paseó su retórica por los pueblos de España; que disponía de mil astucias como si fuere un Ulises contemporáneo. Mi amigo, hoy, es una sombra que esconde mil luces para aquel que pueda orientarse en la oscuridad de su pensamiento. Ha renunciado al boato y dice, que ha encontrado una senda que puede llevarle a sí mismo. Inaudito. No obstante, su presencia, parece impregnada de una verdad insondable, de algo inquietante que contuviese una certeza para mí desconocida y, al mismo tiempo, liberadora.