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Valencia

Ha sido una semana de vacaciones que JLP y yo necesitábamos tras las coces de la vida perra que se nos cuela sin ser solicitada. Necesitábamos aparcar los tótems axfixiantes del devenir. Desconectar. Charlar y discutir desde otros puntos de vista, con otro mar de fondo, un mar generoso en su temperatura y poderoso en la fuerza de sus mareas.
Josep Carles y Rosa María nos facilitaron la posibilidad y no nos lo pensamos. Dos lecturas en la playa de la Malvarosa, en la terraza de la casa museo de de Blasco Ibáñez, y una improvisada en El Dorado, una jam en la que aparecí descalza y con una voz agónica. Un momento hermoso entre el entusiasmo de los chicos de El Dorado y yo, superando el ralentizamiento de mi narcolepsia, leyendo como si viniese de oriente próximo.
Me encantó la evidencia de que Uberto Stábile sigue presente allí, como auténtico agitador cultural. Jóvenes y mayores lo respetan y admiran. Me gusta haber asistido a esa evidencia. Él me dio el espacio y la oportunidad de comenzar con mi poesía y siempre ha estado cerca de mis libros y mi vida.
Y hablamos, hablamos sin parar, desde sentencias tan aparentemente estúpidas como "es que yo me aburro meando" (ese calor sólo pedía beber, beber) o las razones divergentes sobre la decisión de la maternidad y paternidad. Laínez con su habitual desmesura y Rosa con su habitual mesura. Conociéndoles mejor, ni uno es tan impulsivo ni la otra tan serena. Tenían una tensión sexual que va mucho más lejos que el sexo mismo. Una pareja sólida y parrticular. Los dos, cada uno a su manera, viven con pasión la Literatura, la Filosofía y la Amistad. Yo necesito tener referentes fraternales en mi pequeño horizonte. Sigo siendo, en el fondo, otra romántica posmoderna.
Carmen (cuyo libro he de leer) se ofreció a abrazarme como lo hacen las madres de las huérfanas, una mujer joven, independiente, hermosa.
Ahora volvemos a la batalla, pero recién reseteados y con un cordón umbilical con Valencia y estos habitantes.
Muchas gracias, mis queridos.