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Manolo, por Pedro Gabo

Martín Robles. Te has ido amigo, muy pronto. Y no es fácil, pero quiero escribir sobre ti con alegría, la misma que me dio, me ha dado, haberte conocido y querido. No me permitirías la pena. Pero cómo evitar la melancolía que provoca tu ausencia. Una melancolía que se ha apoderado ya de tu recuerdo para siempre, protegiéndolo del olvido. Qué difícil escribir sobre ti en pasado: tu presencia sigue siendo muy sólida, porque la gente como tú no se va tan pronto. O nunca.

Bueno mucho antes de morirte. Espontáneo y vital. Luchador y generoso. Quién podría decirlo al verte, con tu porte desgarbado y serio; quién podría imaginar quién eras detrás de tu gabardina contra los malos tiempos. Había tanto en ti que el puzzle de recuerdos que entre todos reconstruimos tiene muchas piezas. Manolo, el del colegio Juan Luis Vives. El de la asociación de cardiacos. El del teléfono de la esperanza. El del la federación de discapacitados. Esos son los que yo he conocido en el poco tiempo que hemos compartido. Pero eras muchos más. Y ahora que te has ido, comprendo lo poco que sabía de ti. Pero, humilde como eras, me diste lo fundamental. Te ganabas la fidelidad, y ser tu incondicional no era difícil. Contigo no había fronteras, porque por encima de todo, sabías respetar y comprender. La melancolía que se extiende al pronunciar tu nombre no es sino la sensación extraña que deja el final de alguien de verdad, en estos tiempos de impostura y ambición malsana.
Pero si hay una palabra que te nombre en tu esencia, Manolo, esa es maestro. De los que hacen de la profesión un modo de vida. El que si no hemos tenido, hemos añorado. El vocacional que tan poco se ha cuidado en nuestro país. Y sobre todo, maestro con tu ejemplo, en todos los ámbitos de tu vida. Luchando por los demás, en el día a día, renunciando a la comodidad, con el motor de tu indignación ante la injusticia, incomodando al poder, reclamando lo justo. Sin paños calientes, directo y sin recovecos. Echaré de menos tu naturalidad para ser tú mismo, para ser libre a pecho descubierto.

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Pero sobre todo, Manolo, me quedo con tu rebeldía. No con la del fumador empedernido que fuiste hasta el final. Sino con la que enfrentabas la vida, con la que trataste a la muerte que desde tan joven te anduvo persiguiendo. La vida y la muerte por los cuernos; yo me muero como viví, decía la canción, y eso te hemos visto hacer. Digno hasta última hora, siempre bien, para molestar lo menos posible. Con una valentía y generosidad que sólo tienen los grandes.
Dejas a mucha gente huérfana. También a muchos herederos. El que has sido continuará en el corazón de mucha gente dispuesta a continuar, con tu mismo empeño, lo que iniciaste. Queremos dejar constancia de tu valía y la mejor memoria que se te puede guardar es seguir trabajando. Pero, también queremos tu reconocimiento público. Amigo te has ido y te mereces permanecer en la memoria de esta ciudad, no sólo como el buen hombre que has sido, sino también como el ciudadano comprometido que se entregó para hacer más habitable y alegre este mundo.