Mi infancia son recuerdos de un dictador moribundo. Estos días se han cumplido treinta años de su muerte. La memoria es frágil y tiende a suavizar las aristas de lo vivido, sobre todo entre aquellos que ni siquiera habían nacido cuando este país volvió a ser democrático; por eso está bien que se recuerde y se analice nuestra historia reciente, para que el franquismo no sea una anécdota de serie televisiva para las nuevas generaciones. Del mismo modo que no nos podemos permitir que la gente llegue a la barbaridad de restar importancia a lo que supuso la dictadura en nuestro país porque los dirigentes democráticos no estén dando la talla ética que tienen la responsabilidad de transmitir a la ciudadanía. En mi niñez todo tenía ecos de cambio, de ambición de modernidad, de confianza en nuevos líderes, gente joven, gente de izquierdas. Al revivir estos días aquellos momentos pienso en la ilusión que nos transmitían y también en los niños y niñas de Gibraleón, en la imagen que estarán construyendo de los políticos, los dirigentes democráticamente elegidos, con el bochornoso espectáculo que han dado con la instalación de una antena en el hueco de la chimenea, más cercano a las aventuras de otros héroes de mi infancia, Mortadelo y Filemón, y los inventos del Doctor Bacterio. Después de los ochos años de cavernas informativas de la época del Sr. Aznar que tuvo su culminación en el golpe de estado informativo (según el término acuñado por Llamazares) que dieron tras la tragedia del 11 de marzo parece mentira que gente que se llama de izquierdas, de una izquierda transformadora caiga en estas prácticas que sólo viene a reforzar la idea cada día más extendida de que son todos iguales. Hechos como estos, mezcla de la poca vergí¼enza y del surrealismo patrio, flaco favor le hacen a un gobierno que supuso una entrada de aire fresco después de la atosigante última época del aznarismo. E indudablemente lo que se vive en el ámbito local y provincial repercute en la percepción global que se tiene sobre los partidos de ámbito nacional. La izquierda en nuestro país tiene que demostrar su altura ética y no tener formas propias de la derecha. No se puede aflojar, hay que predicar con el ejemplo, y evitar el tribalismo, como argumento político.
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Esto días se ha celebrado desde las Administraciones Públicas el Día de la Infancia con toda la parafernalia propia de estos casos. Están bien las celebraciones lúdicas con los niños, pero no deben de convertirse únicamente en gestos para la galería, por el halo benévolo que tiene todo lo que está relacionado con ellos. Lo importante es que tengan confianza en el sistema y crean en él, para defenderlo y cuidarlo porque lo peor que nos puede pasar es que se extienda entre ellos un sentimiento de descreimiento, el mejor caldo de cultivo para que afloren las actitudes fascistas. Y ya hay síntomas de ello entre la gente joven. No podemos dejar de reflexionar que los brotes de violencia, es una respuesta a algo que no funciona. Nuestros hijos se enfrentan a un futuro complejo y es necesario que confíen en el sistema democrático sino queremos que sean víctimas del siempre acechante fascismo. Tomemósnolo en serio, porque la democracia no es un juego de niños.
(NOTA. Este artículo ha sido censurado por El Mundo)
Sí señor, es urgente poner en valor la "buena" politica y los "buenos" políticos y esa es tarea esencial de los propios políticos. Pues el apoliticismo rampante es el caldo de cultivo ideal para que se produzca un vacío de poder público (en el estamos instalados hace tiempo)cuyo hueco ha sido ocupado por otros poderes no elegidos democráticamente y que mirán sólo por sus intereses y beneficios privados. Es preciso comenzar a politizar (en el buen sentido de la palabra) la sociedad, si es que queremos un futuro mejor para nuestros hijos.
Me encantó tu artículo Pedro. Un abrazo.
Rafa.