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Cultura, por Pedro Gabo

Al hilo de todo lo que le está pasando a nuestro Festival, se llega al cuestionamiento de cómo se entiende la cultura en nuestra ciudad desde el poder político. La reivindicación de la cultura para todos ha sido patrimonio de la izquierda, porque sólo desde la cultura y la educación es posible hablar de transformación social. La derecha siempre ha tenido claro su método, pan y circo, cuanto más mejor; la cultura como entretenimiento. Y esto es lo lamentable, cuando la cultura se convierte en adorno de los políticos y no en derecho del pueblo.

Pero, el problema surge cuando uno y otro (en el bipartidismo al que nos quieren someter) centran el debate sólo en la cuestión de la programación cultural y, todo lo más, en la calidad de los espectáculos o eventos anuales. Y siendo esto importante, si el asunto se zanja aquí, se está reduciendo el todo a una parte, porque se está dejando de lado la promoción de la cultura popular como derecho y garantía de la democracia. No podemos mantenernos en el error de confundir promoción de la cultura con consumo de bienes culturales. El acceso a la cultura, desde una noción de izquierdas, debe servirnos como soporte para interpretar y relacionarnos con nuestro entorno y con nosotros mismos. La reflexión y la crítica es el camino para crecer como pueblo y como personas, reinterpretando nuestra realidad para transformarla. Y en democracia esto es tarea de todos y no sólo de los ilustrados.
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Y cómo acceden a la cultura las clases más desfavorecidas en nuestra ciudad. El único programa con implantación en toda la ciudad es Cultura en los barrios que como proyecto de promoción cultural ya no es suficiente. Ni en cuanto a contenidos ni y a la población a la que se llega. Por eso, hablar de este programa en términos de universidad popular es exagerado cuando no se está superando la frontera de la adquisición de una habilidad en talleres creativos. Y, por otro lado, no se olvide que la población mayoritaria que participa en los mismos son mujeres y niñas, con lo que queda mucha población a la que desde la intervención pública no se le está garantizando un acceso igualitario a la cultura.
Lo más llamativo es que no existe una buena planificación de la cultura en una ciudad donde existe un número aceptable infraestructuras, centros sociales o sedes de asociaciones vecinales que están infrautilizados y absolutamente desconectados unos de otros, con una ausencia absoluta de proyecto común que le dé a la cultura el valor que tiene como elemento de vertebración social, de desarrollo del espíritu cívico. Confío en la cultura relacional que se genera en los espacios de trabajo verdaderamente democráticos y esto si no surge y se autoorganiza es obligación constitucional fomentarlo. Por eso, me pregunto por qué no hay animadores socioculturales en los barrios, o con más rigor, por qué hay tan pocos, siendo su papel tan importante como dinamizadores de la comunidad. Como siempre, supongo que será cuestión de presupuesto. O de ideología

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