Tributos

Todo el que escribe, el que crea, está más cerca del manicomio que de la cordura. La cordura es una red que impone la sociedad para que de ella no salga más de lo que está permitido. Pensar nunca fue fácil. Hoy, como siempre, tampoco lo es. A pocos se les permite ser independientes en sus manifestaciones; a excepción de los genios, los extravagantes y los locos, y siempre que no hagan mucho ruido. Lo malo es que, entre ser una uva del racimo o un eslabón de la cadena, hay, -pocos, es cierto- quienes prefieren dar rienda suelta a sus pensamientos. Las ataduras a nuestra libre exposición nos las impone el miedo: la censura en sus mil infinitas formas: el castigo que nos vendrá impuesto. De ahí nace que se coarte la palabra, que se atempere el verbo, que se adapte el discurso a lo socialmente correcto. ¿Merece la pena pagar tantos tributos siendo la vida tan corta? Contéstese a placer. Nadie le oirá.