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Recordar es necesario (2014)


Hace muchos días, cuando con veinte duros se compraba un cartón de Celtas cortos -el tabaco preferido de los pobres en esa época negra de España, llena de miserias, de hambre y harta de una dictadura que no acababa de caer-, yo tenía quince años y era alumno interno en una escuela militar de Madrid.
A Franco -eso lo supe después, claro- le quedaban aún tres años de vida. A pesar de la minoría de edad, yo podía, si las circunstancias venían dadas, matar con mi Cetme a todo aquel que habiéndole dado el alto desde una garita -húmeda, fría, sucia, maloliente- no me diera inmediatamente el santo y seña que se había repartido con todo sigilo por el oficial de guardia de ese día.
Dormía, en aquella época gris para la mayor parte de España -excepto para los cada vez menos adeptos acérrimos a la dictadura- en un barracón con setenta compañeros.
Lo hacíamos en unas viejas literas, probablemente tan añejas como el régimen, que chirriaban cuando nos masturbábamos. El compañero de catre, a la fuerza, tenía que soportar los vaivenes del desahogo sexual del camarada -esta palabra estaba prohibida en aquella época- de abajo o de arriba, según donde durmiera.
El reloj de mi vida era el sonido de una corneta que me levantaba, me llamaba, me movilizaba, me acostaba...
Nunca quise ser militar. Sólo quería salir del pueblo y con las condiciones económicas que soportábamos en mi familia no tuve otra opción que marcharme al ejército.
Pasé hambre, frío, miedo y eché mucho de menos -muchísimo- a los míos.
Tenía que hacerme "un hombre" -me decían.
Ahora que lo miro en la distancia y que todo esto es como una niebla instalada en la memoria, sinceramente no sé si lo he conseguido, me refiero a lo de hacerme un hombre.
Hoy preferiría no haber tenido que pasar las vicisitudes por las que transité junto con cientos de chavales, cuya mayoría sólo buscábamos la supervivencia y garantizarnos un trabajo en el futuro: o sea, comer.
Repito, comer diariamente. Tres comidas, a ser posible.
A día de hoy -aunque hace mucho tiempo que tengo ese convencimiento- no quiero ser un hombre, tampoco -aunque podría ser, pero no es mi caso- ser mujer; sólo quiero ser una persona: disfrutar de los derechos que la ciudadanía me otorga independientemente del género con que he nacido y que voluntariamente deseo mantener.
Paco Huelva
Octubre de 2014