Recordar es necesario
Hace muchos días, cuando, con veinte duros se compraba un cartón de Celtas cortos, yo tenía quince años y estaba interno en una escuela militar. A Franco le quedaban tres años de vida. A pesar de la minoría de edad, yo podía, si las circunstancias venían dadas, matar con mi Cetme a todo aquel que habiéndole dado el alto desde una garita -húmeda, fría, sucia, maloliente- no me diera inmediatamente el santo y seña. Dormía en un barracón con setenta compañeros -apilados en viejas literas que chirriaban cuando nos masturbábamos-. El reloj de mi vida era una corneta que me levantaba, me llamaba, me movilizaba, me acostaba... Nunca quise ser militar, sólo quería salir del pueblo. Pasé hambre, frío, miedo y eché mucho de menos a los míos. Tenía que hacerme "un hombre" -me decían-. No sé si lo he conseguido