Quimera
Un mar negro de laca reverbera en el horizonte. Banderas que no acierto a identificar, se agitan al viento como fantasmas de ahorcados. En la oscura orilla, sólo quedan -como sombras de otras épocas- viejas mujeres vestidas de negro. Una niña desnuda, una sola niña, esperanza quizá del mundo venidero, apura la tarde en una playa que viene y va -que intuyo blanca de jade-, y donde la luna incipiente no podrá reflejar su sonriente cara. Me levanto y apoyo el cuerpo sobre el brocal de un pozo cercano; sus húmedas honduras, sus veneros internos que no sé a dónde conducen ni de dónde partieron, me producen anhelos de muerte en el sueño en que vivo y que se me antoja la antesala de algo fatídico, siniestro. Me pregunto ¿cómo llegué aquí? ¿Cómo vine a este lugar en que nada me es familiar? Las veredas que transitan las preguntas que nos hacemos son tan penosas de concretar como las respuestas con que contentamos nuestra ignorancia sobre las cosas. (Al despertar, compruebo horrorizado que la vigilia me asusta aún más que el evadido sueño)