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Presentación de "Alejado del tiempo", de Ramón López Pazos (2014)



Si los libros de relatos se leyeran, mejor dicho, si se leyera a secas, "Alejado del tiempo" estaría llamado a convertirse con el paso de los días y los lectores en un clásico.
Sé que lo manifestado es mucho decir y máxime cuando el texto del que hablamos es el primer libro publicado por Ramón López Pazos, al que dicho sea al pasar, acabo de conocer en persona hace unos instantes. Pero, no importa, un lector que se tenga por tal reconoce la excelencia de una obra, si la hay, con sólo examinar las primeras cuarenta páginas de la misma; en este caso, con leer dos o tres relatos al azar de los contenidos en este libro.
Schiller decía: El objetivo del arte es para mí una forma particular de placer.
El placer del que hablaba el poeta alemán fue calando como chirimiri en mí con la atenta lectura de cada relato de los incluidos en "Alejado del tiempo", a pesar de la diversidad temática y tonal que es consecuencia necesaria y obligatoria en un texto de estas características, porque de no ser así estaríamos hablando de otra cosa.
Leí el libro que hoy se presenta en las galeradas que me envió el editor Paolo Remorini y de inmediato una mezcla de belleza, fantasía desbordada, soledad e ironía se fusionaron con la certeza de que Ramón López Pazos es consciente... sabe, que hay un mundo en clara descomposición, fragmentado, más allá de lo que vemos o de lo que se nos presenta como una usurpación de la realidad por quienes manejan los hilos del poder, y que, en el teatro del mundo, en donde todos somos pirandellianos personajes a nuestro pesar, o sin él, pocas diferencias existen entre lo real y lo que pueda imaginarse, porque ambas cosas coexisten no sólo en el hecho literario sino en lo que vivenciamos.
Nadie puede huir de los pensamientos.
Por tanto, los personajes de "Alejado del tiempo", que parecen estar abocados a un destino fatal, a un fatum incuestionable, no son más que una clara metáfora de lo que somos o podemos ser en cualquier momento con tal de que se den las circunstancias propicias, ya sean estas provocadas por la mente calenturienta de un escritor en trance, como es el caso, y se queden en el campo de la ficción pura, o vengan compelidas por la soledad, la indigencia, la incultura, la hambruna, el azar, la insatisfacción y un sinfín más de elementos propiciatorios, convirtiendo a una y otra cosa en lo mismo: en materia vivencial, experimentable, sentida, añorada, querida u odiada.
Todo es susceptible de ocurrir en literatura al igual que en la vida, no nos engañemos. La diferencia entre una y otra cosa es que la literatura es un arte y la vida la consecuencia de un acotado e incierto devenir en donde la inercia de los hechos que vamos consumando, nos hace navegar por un heraclitiano río que sólo conduce a las puertas de ese lugar que vigila Cerbero, desde que el tal can fue inventado y convertido en mito.
La escritora rusa Nina Berberoba, por desgracia muy poco conocida en nuestro país, decía en un ensayo sobre Nabokov, que: El tempo y el ritmo del relato llevan la marca de la personalidad del autor. Que los sentimientos del personaje, los acontecimientos de la novela (en nuestro caso de los relatos) y la energía creativa del autor forman un todo.
Y es cierto, porque el escritor termina parodiando sus miedos aún sin desearlo, en las narraciones o poemas que escribe para de esta manera matarlos: liberarse de ellos.
Nada le es ajeno a un escritor. Y así se demuestra en la diversidad temática del libro de Ramón.
Porque, aunque el conocimiento se adquiere con el estudio y el adiestramiento que da la praxis, la introspección que supone el ejercicio de inventar personajes o ficcionar a personas conocidas, y enlazarlas en la trama de una situación dada, los convierte en dioses generadores de mundos nuevos: en creadores.
No sólo de calles, pueblos, ciudades, regiones o paises: ¿o alguien duda de que no existan, de verdad, en el imaginario popular el Cielo, el Infierno, el Olimpo, Camelot, Oz, Vetusta, Macondo, Región o Comala?
Ocurre igual con los personajes de ficción. Algunos son más conocidos que los escritores que les dieron nombre: ¿es que D. Quijote y Sancho Panza no son más conocidos que Cervantes? ¿O los mitos de Hamlet o Macbeth más que Shakespeare? ¿Álguien recuerda de los presentes quien creó al Jabato, al Capitán Trueno o al Guerrero del Antifaz?
En fin, dejémonos de digresiones y finalicemos esta introducción con lo siguiente: la literatura siempre, siempre, se nos presenta con cara de Gorgona: por un lado un despiadado monstruo que puede volvernos locos, y por otro, como una deidad protectora que nos hará transitar por imaginarios mundos que son necesarios recorrer para entender el mundo real.
La materia esencial del hecho literario está en la poesía y en el relato. Su economía de palabras, la no concesión a vacuas disquisiciones ni a abstrusas y mareantes adjetivaciones, la búsqueda del Centro, por aludir a JRJ, hacen de ambos géneros, la poesía y el relato, reitero -digan lo que digan quienes lo digan-, un campo que no puede ser abonado por cualquiera.
Escribir relatos no es fácil. Ya he escrito que el relato es un género que no todos los escritores dominan.
Por descontado hay poetas, ensayistas, dramaturgos y narradores que han hecho del relato el marco por excelencia de su bibliografía. Ahí están, por citar a algunos: Kafka, Julio Ramón Ribeyro, John Milton, Cortázar, H. George Wells, Borges, León Tolstói, Monterroso, Chéjob, Rulfo, Horacio Quiroga, Poe, Ricardo Piglia, Ray Bradbury o García Márquez por citar a algunos fuera de nuestras fronteras.
En España hay también una gran tradición relatora: Álvaro Cunqueiro, Clarín, Max Aub, Juan Ramón Jiménez, Francisco Ayala, Ignacio Aldecoa, Fernando Quiñones, Medardo Fraile, Manuel Moya, Luis de Castresana, Miguel Delibes, Manuel Vicent, José Luis Sampedro, Juan José Millás, Luis Landero y otros tantos.
Pero deseo detenerme un poco en la figura de Ángel Olgoso, para mí el cuentista más sobresaliente de este país en este momento, que, además, es quien ha realizado el prólogo de este libro.
A Ángel Olgoso se le concedió este año el XX Premio Andalucía de la Crítica, de cuyo jurado formo parte, por su libro de relatos "Las frutas de la luna".
No seré yo quien altere ni un ápice de lo dicho por Olgoso en el proemio de este libro, porque, además, estoy de acuerdo con todo cuanto dice.
"Alejado del tiempo" contiene 29 relatos.
La idiosincrasia del relato, su marco, su definición, su a veces confusión con el cuento o la "nouvelle", ha generado multitud de páginas y lo seguirá haciendo; pero, ese tema no toca hoy y además, en la Red, ese pandemonio que más confunde que aclara, hay millones de entradas sobre el tema.
Cada uno de los relatos escritos por Ramón en este libro es un mundo, un universo donde rigen sólo las leyes que la inspiración y el trabajo de su creador, de Ramón López Pazos, ha querido aportarle. Una Vía Láctea con 27 mundos es "Alejado del tiempo".
Debo destacar ineludiblemente la exquisitez en el manejo del lenguaje de Ramón; su amplio conocimiento de la misma que denota infinidad de lecturas; su forma directa de ir al objetivo, cuestión esencial a mi parecer dentro de la estructura del relato; pero, sobre todo, la convicción de que "Alejado del tiempo" colmará sin duda las exigencias de los lectores más avezados y exigentes.
He disfrutado y mucho con este libro, por lo que sólo me queda dar las gracias a su autor.
Con todos nosotros, Ramón López Pazos.
Paco Huelva
Ateneo de Madrid
18 de julio de 2014