Presentación
Nací en 1956, fecha para mi gusto un poco atrasada en el calendario. El lugar donde ocurrió dicho evento, por otro lado impuesto, fue Almonte: un municipio al sur de la provincia de Huelva que hoy no existe, que fue destruido como otros muchos por el paso del tiempo. Es cierto -para ser riguroso- que hay una localidad situada más o menos en el mismo sitio que ostenta en la actualidad ese nombre, pero nada tiene que ver con el lugar donde vine al mundo, ni con el recuerdo que guardo en la memoria del pueblo en cuyas calles distraje mi niñez y parte de la adolescencia.
A veces pienso que, al haber nacido en un lugar que sólo existe en la imaginación, puede que yo mismo no sea más que una especulación de mi propia memoria, por lo que ésta definición de lo que "soy" tal vez no exista, al menos en el plano real.
De pequeño, cuando el futuro aún no formaba parte de mí, porque sólo tenía presente y el pasado no existía, se me pasaron por la cabeza ser muchas cosas cuando fuera mayor; he de decir, en contra de las apariencias, que las he conseguido todas. En mi largo deambular por el mundo, que he recorrido infinidad de veces, he realizado labores muy variopintas, fui -y puedo volver a serlo; y esto quizá sea lo más sorprendente para ustedes- militar de varias graduaciones, aviador, conductor de trenes -incluso de AVE-, policía secreta, político de prestigio, músico de diversos instrumentos, académico de varias lenguas, además de ejercer múltiples oficios: camarero, carpintero, fontanero, alicatador, albañil, conductor de autobuses y camiones, barrendero, chapista, ferretero..., y un sinfín de cosas que por su extensión y por no cansar a los presentes no cito.
Lógicamente, con tantas ocupaciones como desempeñé a tan corta edad, desarrollé una experiencia vital impropia de mis años que trajo consigo el que, cuando me acerqué a la pubertad, fuera un joven que le caía bien a la gente, incluso a los hombres -entiéndase, a los tíos-. Hecho éste, que en algún momento planteó ciertas indefiniciones en el ánimo de si pudiera o no ser gay. Actualmente, ahora que peino canas, la duda -que se mantiene-, no me inquieta lo más mínimo, dado que llegué, -he de reconocer que no sé cuándo- a la conclusión de que si así fuera, tampoco añadiría ni sustraería nada especial a mi personalidad y carácter actual.
He procreado dos hijos dentro del rito católico y una hija laica, que a pesar de la diferente composición en sus génesis, han sido capaces de convivir como personas dentro de una misma geografía, que no es otra que la de sus propios mundos, entrelazados, al menos hasta ahora, sin dificultades aparentes y con un fuerte componente de amor filial entre ellos.
En la madurez, el futuro continuó siendo imprevisible y aleatorio, como ha de ser en rigor todo lo venidero, aunque llegué a intuir hace tiempo que la causa de ese despropósito, era su encarcelamiento en el enorme listado ético que imponen los gobernantes civiles y eclesiásticos, que me hacen vivir asustado de mis propios actos, a diferencia de lo que ocurría en la niñez, donde era mucho más libre para equivocarme, cosa que ahora no se me permite.
Últimamente, ya casi en la senectud, me dedico a cosas que ya no se llevan, puede quizás que nunca hayan estado de moda: entretengo mis días y mis noches en leer; soy lector, y a veces, escribo, escribo algo. La imaginación, la fantasía, la creación y recreación constantes, suponen el único alimento que sirve de sustento a mi espíritu inquieto. Son las únicas herramientas que me permiten abrir las puertas de un futuro creíble, que sólo puede estar evidentemente dentro de mí y que nada tiene que ver con el exterior que me circunda y que dentro de poco me engullirá a pesar de mi resistencia, no sabiendo entonces, aunque tengo serias sospechas, adónde me llevarán y qué será de lo que soy.
La realidad de la vida y sus estructuras sociales, son lo suficientemente feas para que siga escondido donde siempre estuve, acompañado sólo por aquellas cosas que me agradan y que amo. No pienso salir de aquí. No hay luz fuera de mí. No me interesa aquello que no pueda sentir. Por ello, el día en que no tenga conciencia de lo que soy, autorizo a cualquiera que lea o escuche esto, para que sin necesidad de otros permisos, haga lo posible por destruirme por que yo, Paco Huelva, habré muerto. No deseo tampoco grandes epitafios ni mausoleos, simplemente, quemarme; cercioraros de que ardo, y luego, con prontitud, devolverme a la tierra; el único lugar que me pertenece y del que nadie podrá echarme. Entonces, viviré feliz el resto de los días.
A veces pienso que, al haber nacido en un lugar que sólo existe en la imaginación, puede que yo mismo no sea más que una especulación de mi propia memoria, por lo que ésta definición de lo que "soy" tal vez no exista, al menos en el plano real.
De pequeño, cuando el futuro aún no formaba parte de mí, porque sólo tenía presente y el pasado no existía, se me pasaron por la cabeza ser muchas cosas cuando fuera mayor; he de decir, en contra de las apariencias, que las he conseguido todas. En mi largo deambular por el mundo, que he recorrido infinidad de veces, he realizado labores muy variopintas, fui -y puedo volver a serlo; y esto quizá sea lo más sorprendente para ustedes- militar de varias graduaciones, aviador, conductor de trenes -incluso de AVE-, policía secreta, político de prestigio, músico de diversos instrumentos, académico de varias lenguas, además de ejercer múltiples oficios: camarero, carpintero, fontanero, alicatador, albañil, conductor de autobuses y camiones, barrendero, chapista, ferretero..., y un sinfín de cosas que por su extensión y por no cansar a los presentes no cito.
Lógicamente, con tantas ocupaciones como desempeñé a tan corta edad, desarrollé una experiencia vital impropia de mis años que trajo consigo el que, cuando me acerqué a la pubertad, fuera un joven que le caía bien a la gente, incluso a los hombres -entiéndase, a los tíos-. Hecho éste, que en algún momento planteó ciertas indefiniciones en el ánimo de si pudiera o no ser gay. Actualmente, ahora que peino canas, la duda -que se mantiene-, no me inquieta lo más mínimo, dado que llegué, -he de reconocer que no sé cuándo- a la conclusión de que si así fuera, tampoco añadiría ni sustraería nada especial a mi personalidad y carácter actual.
He procreado dos hijos dentro del rito católico y una hija laica, que a pesar de la diferente composición en sus génesis, han sido capaces de convivir como personas dentro de una misma geografía, que no es otra que la de sus propios mundos, entrelazados, al menos hasta ahora, sin dificultades aparentes y con un fuerte componente de amor filial entre ellos.
En la madurez, el futuro continuó siendo imprevisible y aleatorio, como ha de ser en rigor todo lo venidero, aunque llegué a intuir hace tiempo que la causa de ese despropósito, era su encarcelamiento en el enorme listado ético que imponen los gobernantes civiles y eclesiásticos, que me hacen vivir asustado de mis propios actos, a diferencia de lo que ocurría en la niñez, donde era mucho más libre para equivocarme, cosa que ahora no se me permite.
Últimamente, ya casi en la senectud, me dedico a cosas que ya no se llevan, puede quizás que nunca hayan estado de moda: entretengo mis días y mis noches en leer; soy lector, y a veces, escribo, escribo algo. La imaginación, la fantasía, la creación y recreación constantes, suponen el único alimento que sirve de sustento a mi espíritu inquieto. Son las únicas herramientas que me permiten abrir las puertas de un futuro creíble, que sólo puede estar evidentemente dentro de mí y que nada tiene que ver con el exterior que me circunda y que dentro de poco me engullirá a pesar de mi resistencia, no sabiendo entonces, aunque tengo serias sospechas, adónde me llevarán y qué será de lo que soy.
La realidad de la vida y sus estructuras sociales, son lo suficientemente feas para que siga escondido donde siempre estuve, acompañado sólo por aquellas cosas que me agradan y que amo. No pienso salir de aquí. No hay luz fuera de mí. No me interesa aquello que no pueda sentir. Por ello, el día en que no tenga conciencia de lo que soy, autorizo a cualquiera que lea o escuche esto, para que sin necesidad de otros permisos, haga lo posible por destruirme por que yo, Paco Huelva, habré muerto. No deseo tampoco grandes epitafios ni mausoleos, simplemente, quemarme; cercioraros de que ardo, y luego, con prontitud, devolverme a la tierra; el único lugar que me pertenece y del que nadie podrá echarme. Entonces, viviré feliz el resto de los días.