Perdonen las interrogantes y los exabruptos (2014)
Hoy me he levantado taciturno -soturno, diría el maestro Cansinos-Assens, ese monstruo literario tan desconocido en su país, que es el nuestro-, apesadumbrado, quisquilloso. Vamos, cabreado, lleno de dudas...
La culpa, pienso, la tiene haber leído la prensa del día sin reforzarme lo suficiente para que no me afecte su contenido. Y me ha perturbado, claro. Y mucho.
El misionero Miguel Pajares y su acompañante, que parece más bien un apéndice del primero, con perdón, ya están en España atendidos con todas las de la ley. Fetén. Nada tengo que decir sobre los esfuerzos llevados a cabo para que la enfermedad contraída -ese zaratán, que diría Juan Ramón Jiménez- por ambos, se atienda como debe. No voy a entrar en el coste del traslado, el flete de un avión especial, el desalojo de un hospital entero, el reguero de ambulancias trasladando enfermos a otras partes ni sobre el interés mediático que todo ello ha supuesto... al igual que el de algún afectado norteamericano que ha corrido la misma suerte. Me parece loable, humanitario y necesario. Hasta aquí todo bien.
Pero ahí, justo ahí, está la punta del alfiler que me ha dañado. Hace mucho tiempo que decidí convertirme en ciudadano del mundo. Pasar de símbolos, banderas y países y mirar a todas las personas sin distinción de género, raza, condición social o nacionalidad como a mis hermanos. Agarrar por bandera los derechos de la ciudadanía independientemente del lugar en que haya nacido cada cual -ese accidente-, y pedir a gritos, junto con un montón de creadores, que la fraternidad, la solidaridad, la igualdad de trato, son elementos privativos que porta todo ser humano.
Y claro, dicho lo anterior, viene la pregunta. En África han muerto más de mil personas por el virus del ébola. ¿Qué ha hecho Occidente y Oriente por ellos? ¿Qué? Nada. Se mueren y punto. Y la enfermedad sigue extendiéndose con tildes de pandemia y nadie se menea excepto cuando le toca a un ciudadano de un país del primer mundo. ¿Primer mundo? Y una mierda, con perdón, reitero.
Y si me diera por pensar -en este regí¼eldo con que escribo- que podría haber intereses ocultos para que tal padecimiento se desarrolle hasta que una vacuna milagrosa aparezca por arte de birlibirloque, y se vendan las cajitas de pastillas sanadoras a tropecientos euros cuando su coste real sea de cincuenta céntimos. ¿Quién me va a contradecir? ¿Me impedirán que pí¬ense? ¿Que me exprese?
No. No está bien esto de lo que hablamos. China está comprado infinidad de terrenos en África. Algunos más grandes en extensión que muchos Estados europeos. ¿Esta haciendo la recién estrenada potencia mundial algo por los enfermos de ébola en África? No. ¿Lo hace Europa o EEUU aparte de sacar a sus enfermos de la zona con toda suerte de medios? No. ¿Por qué? ¡Ah, lo sentimos!
El ébola ha venido para quedarse, para extenderse.
El SIDA no empezó a formar parte de las prioridades de los países desarrollados hasta que la afectación a su población se convirtió en un problema para sus dirigentes. Mientras tanto, a los afectados por esa enfermedad en África, que le den. Y los muertos, enterrados. Son tierra. ¿Y los socios de las grandes farmacéuticas? Pues ganando dinero e espuertas.
¿Por qué se permite a las multinacionales farmacéuticas los desorbitados precios de los tratamientos paliativos y no se les obliga a poner en el mercado un genérico a coste real que se aplique en África? Contesten ustedes.
Yo a esto le llamo Negocio. Con mayúsculas. Y le llamo Genocidio. ¿Saben por qué? Pues porque existiendo posibilidades para poder paliar los estragos del ébola en la génesis, en su inicio, y sobre el territorio afectado, nada se hace.
¿O pudiera ser que nada se haga porque son pobres, y negros, y desgraciados, y en fin...? Pues peor me lo ponen.
A veces me avergí¼enza la falta de ética que demuestran en la toma de decisiones quienes rigen nuestro destino.
Quiero decirle al gobierno español, a los europeos y a los de todos los países desarrollados que dejen de mirarse el ombligo y que gobiernen ¡coño!
Que no todo es ni debe ser negocio. Que el bienestar de la ciudadanía debe estar por encima de cualquier contubernio ¡joder!
Y reitero, perdonen las molestias y los exabruptos. Pero la culpa ha sido, creo, de que no me calcé el uniforme de ciudadano occidental y amanecí como soy, ciudadano del mundo.
Paco Huelva
Agosto de 2014
Comparto tu dolor e indignación, pues aquellos que hemos podido o estamos intentado quitarnos la "venda" de los ojos, somos capaces de entrar en el fondo del problema y así compartir tus reflexiones. Otros prefieren mantener la venda, porque viven directa o indirectamente de la ceguera de tantos ciudadanos que sufren la manipulación subliminal de los diversos sistemas de poder, que son tan variados como los virus que nos acechan.Luchar contra todo este dilema desde la soledad de tu rincón, no es lo más eficiente, ir directamente al lugar para ayudar apaliar el problema, es de suicidas pues no estamos preparados; entonces, ¿cuál es la vía que debemos seguir? Quizás la de compartir con grupos tu indignación, sin distinción de sexo, color u opinión, pues eso es lo que aterra a los dirigentes. Yo, al menos, me apunto.