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Paraísos

La primera acepción que se nos viene a la mente cuando hablamos del paraíso es el jardín de las delicias en donde Dios, según el Antiguo Testamento, situó a Adán y Eva. Pero hay otros muchos paraísos: cada persona lleva en sí una infinidad de ellos.
Algunos, por su trascendencia, son más relevantes que otros. "El paraíso perdido" de John Milton (1608-1667), es una obra imprescindible que cuenta la tragedia en la que anduvo metido Lucifer hasta convertirse en Satán. La "Divina Comedia" de Dante o "Paradiso" de Lezama Lima serían otras dos grandes obras literarias en las que se inventan sistemas poéticos capaces de explicar por sí el universo. El Quijote de Cervantes sería el máximo exponente en lengua castellana de la creación de un mundo a la medida de su personaje.
Pero, como decía, hay muchos paraísos y, la mayor de las veces, perdidos. El tiempo se encarga de mostrarnos el infierno en que vivimos y la mentira en la que somos educados por los que manejan los hilos del poder.
Entre el infierno y el paraíso sólo queda la soledad de cada ser. Lo que somos. No lo que aparentamos, lo que somos; lo que cada cual sabe que es. Hay paraísos literarios como los que hemos citado pero también hay paraísos fiscales y paraísos terrenales. En estos últimos viven los extorsionadores, los manipuladores, los dioses paganos de los que hablé en un reciente artículo. En el infierno de cada día -agarrados a la supervivencia como podemos- vivimos el resto de condenados. Como los emperadores romanos hacían con la plebe, los mandamases de ahora nos dan televisión, fútbol y entretenimientos varios. Se trata, ni más ni menos, de que el infierno no se note.