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Metamorfosis

Los seres vivos sufrimos a lo largo de la vida una metamorfosis -física y psíquica- que condiciona los actos que realizamos, así cómo la percepción de la "realidad" que nos circunda.
Cuando la metamorfosis se utiliza como instrumento de creación -Ovidio, Apuleyo ("El asno de oro"), casi toda la mitología griega, la heroína de tantos cuentos tradicionales españoles: "Blancaflor", la inmortal obra de Kafka, el propio Darwin (aunque ésta evolución no es literaria), el mito de las sirenas, "La metamorfosis de los dioses" de Malraux (que también evolucionan y se adaptan a las circunstancias) y, tantos otros ejemplos que podrían ponerse en el campo de las artes plásticas, el teatro, la filosofía, la naturaleza o la religión- supone representar, aceptar con metáforas, el tránsito necesario que los seres humanos estamos obligados a recorrer como entes individuales o colectivos y, también, darnos, una explicación del mundo que contrarreste el ideal platónico procedente del clasicismo donde el límite y la armonía son las constantes mantenidas en el tiempo que, posteriormente, el barroco y el neobarroco, destrozaron, afortunadamente, como un contraste necesario para explicar la vida con parábolas y ficciones (Borges revolucionó la literatura contemporánea con sus cuentos fantásticos) antes que con los modelos ideales helénicos descritos con anterioridad.

Dentro de la Política, la metamorfosis también es necesaria. Es decir, suponer que los dogmas, los principios, e incluso las leyes, son inmutables, es un error en que se hallan ancladas muchas formaciones políticas, así cómo muchos de los líderes que ostentan cargos de responsabilidad en los mismos, confundiendo, a sabiendas, a la ciudadanía a la que representan con meros fines electoralistas y en beneficio exclusivo de un rédito electoral.
La ortodoxia de la "realidad" -esa entelequia cambiante y mutante- llevada al extremo de principio irrevocable que no debe ser transgredido, genera que quienes la auspician y la llevan a valor absoluto, estén forjando a conciencia graves problemas de entendimiento entre los miembros de la sociedad a la que dicen representar, defender, e incluso guiar -en sentido pastoral-, produciendo un escenario de enfrentamiento entre la ciudadanía con móviles ficticios por meros intereses especulativos.
El perfecto ciudadano no existe, es una quimera. Tampoco es plausible el político ni el partido ni la religión ni la sociedad ideal. Dentro de esa tesitura, lo único que nos queda a la ciudadanía sería pedir coherencia a los que ejercen el liderazgo -político, religioso, social, académico, judicial...- para que busquen el entendimiento en beneficio de la sociedad, pero esto es un oxímoron, una contradicción, una antítesis, porque, lo que se busca, por desgracia, es el control de la res pública y no el bienestar general.
El dislate que el periódico "El Mundo", con su director Pedro J. Ramírez a la cabeza, está propiciando -apoyado por una cadena de radio de la Conferencia Episcopal- en referencia a lo sucedido el 11 M, es de tal envergadura, que más parece perseguir una involución en este país que no permita avanzar en temas tan cruciales como el fin del terrorismo -por eso involucran a ETA, a pesar del descarte realizado por todos los órganos políticos, policiales y judiciales-, la inmigración o el modelo de división territorial del Estado -dentro de los márgenes establecidos en la Constitución-.
Pero la metamorfosis de la sociedad española, ésta vez, seguro estoy, los mandará, y nunca mejor dicho, a las trincheras del pasado donde parecen estar instalados.