Mentiras piadosas (2014)
Alfonso se levanta diariamente antes de que amanezca. Se ducha, se acicala con mimo y se viste: Traje, calcetines y zapatos negros; camisa blanca, pajarita y pañuelo a juego en el bolsillo exterior de la chaqueta...
Luego sale a la calle irrigando un olor parecido al de la colonia de marca. Su paso es raudo, meticulosamente medido, ensayado durante sesenta años. A los transeúntes que se cruza, los conozca o no, les cuenta que ninguna de las cabinas telefónicas de Madrid funcionan y que tiene que dar un recado urgente y no puede.
Continúa así de dos a tres horas largando su monólogo a quienes puedan oírle: vagabundos que duermen en las aceras, repartidores, taxistas esperando clientes en las paradas, ejecutivos con prisas, borrachos trasnochados, gente que saca al perro a defecar, beatas que van a misa de ocho... o, en su defecto, a los árboles, las farolas, los cajeros de bancos, las papeleras llenas o vacías, las bicicletas amarradas a las rejas, las losas del acerado, las palomas, los aviones que cruzan el cielo y a todo lo que se le cruza, se menee o no.
A una hora indeterminada regresa a casa, cansado, en donde le espera su octogenaria madre con el desayuno presto:
-¡Mucho has tardado hoy, hijo! ¿Has tenido mucha tarea?
-¡Uff! ¡Para qué contarte, mamá! Ha sido un día horrible; habré hecho unas doscientas llamadas de teléfono. -contesta Alfonso invariablemente.
-Bueno... bueno, hijo. ¡Come algo y mañana procura no cansarte tanto!
-Veremos a ver, mamá. Mi trabajo es imprevisible. -dice Alfonso mientras enciende la televisión y se introduce la servilleta a cuadros en el cuello para no mancharse el atuendo.
Paco Huelva
Julio de 2014