Malos presagios
Con este título Günter Grass, que nació en Gdansk en 1927, y es uno de nuestros escritores europeos más consagrados (El tambor de hojalata, Años de perro, El gato y el ratón, El rodaballo, Encuentro en Telgte, Partos mentales o los alemanes se extinguen, La ratesa, Es cuento largo... -entre otros-) publicó en 1991 una novela que posteriormente y traducida por Miguel Sáenz, se distribuyó en España por Alfaguara.
La novela llegó a España después de la caída del Muro de Berlín -9 de noviembre de 1989- y también vino a ser una premonición de los acontecimientos que posteriormente se vivieron a ambos lados de las dos Alemania, aunque el que suscribe desconoce en estos momentos, no he tenido tiempo de investigarlo, si la misma se escribió antes, durante o después de dicho evento.
Sea como fuere, en la citada novela, Grass sitúa en Danzing -lugar donde nació- el encuentro entre una polaca y un alemán el día de los Fieles Difuntos. En ese escenario y mientras visitan el cementerio local, la polaca y el alemán conciben una idea asombrosa: fundar una "Sociedad Germano-Polaca de Cementerios" e inaugurar el primer Cementerio de la Reconciliación. La parábola de la misma es que, esta idea que sólo buscaba un acto de reconciliación entre dos pueblos separados ideológica y físicamente durante años, no puede llevarse a efecto porque surgen por doquier un sinfín de intereses económicos y políticos que hacen inviable lo que en inicio, era solo una serena y melancólica historia de amor entre dos seres humanos. Aquello que perseguía un final feliz, se ve truncado por la cruda realidad de los intereses y el poder económico.
Desde la caída del World Trade Center, han sobrevenido la invasión de Afganistán e Irak -las próximas incursiones bélicas las veremos en breve y ya están siendo señaladas por las garras de los halcones norteamericanos-, la división de Europa en dos bloques -transatlánticos o no-, la pérdida en valor de instituciones fundamentales como la Sociedad de Naciones, la ruptura por la fuerza de la legalidad internacional, los "gallitos" de Corea del Norte, el fuerte envite de Fidel asesinando a tres personas y encarcelando a un centenar de intelectuales disidentes, la salida en masa de ciudadanos a la calle en protesta o apoyo de sus gobiernos -por acción u omisión- frente a las agresiones belicistas... Desde ese 11 de septiembre en que las torres gemelas cayeron y el Pentágono acusó en su estructura el bocado del terrorismo, desde entonces, nada augura un futuro esperanzador para el mundo basado en un régimen de libertades y en donde los derechos humanos sean el eje de la política internacional.
La globalización, bueno será que nos apercibamos cuanto antes, no es otra cosa que el "gobierno del mundo" -que hoy reside en el entorno de la Casa Blanca- imponga por la fuerza su criterio -utilizando todas las armas a su alcance- al resto de países de la comunidad internacional, quedando reservados para éstos un mero papel de comparsas sean cuáles fueren sus regímenes políticos.
El mundo hoy, aceptémoslo así, ha quedado dividido en dos partes: EEUU y el resto. Y ese resto... por lo que hoy puede intuirse, no tiene nada que hacer frente al nuevo imperio excepto mantener el tipo por decirlo en plan castizo.
¿Pueden los gobiernos resistirse al encantamiento de la "nueva Roma"? Parece que sus ciudadanos, individualmente de sus estructuras políticas, sí pueden hacerlo: ese es al menos el ejemplo que hemos dado los millones de personas que hemos salido en protesta contra el ejército invasor que ha desatado una masacre en Irak y está devastando su patrimonio cultural y arqueológico, aunque ha preservado bien los pozos de petróleo. Sin embargo, también han quedado evidentes que los gobiernos del mundo -legítimos e ilegítimos- no son capaces de contrarrestar la posición hegemónica que los gobernantes de EEUU han decidido mantener después del atentado del 11 de septiembre.
Desgraciadamente estamos inmersos en una encrucijada de difícil solución: se está generando un nuevo orden mundial en donde la lucha por los recursos naturales y los posicionamientos geoestratégicos marcarán las próximas décadas, trayendo consigo infinidad de muertos y repartiendo dolor, miseria y odio por los cinco continentes.
Poco hemos aprendido de la historia. La única opción que nos va quedando, la que por ahora en algunos lugares nos dejan -todavía- es la participación ciudadana, la libertad para disentir. Esto es lo que hicieron algunos escritores cubanos y por ello el régimen castrista los ha encarcelado. Curiosamente... muy cerca, en Guantánamo, el gobierno de EEUU mantiene también encarcelados en condiciones infrahumanas a otros cientos de personas sin derecho alguno, sólo, en principio, para saciar la sed de venganza de un pueblo herido por un salvaje ataque terrorista. Pero nadie habla de la génesis, de las causas que han dado origen a esta situación. Ello no interesa, como no interesó que la prensa libre alojada en el Hotel Palestina retransmitiera en directo los efectos colaterales de esta guerra que parece que nunca va a acabar o de cualquier otra que comience.
Yo creo que mientras se pueda, y donde se pueda, hay que empezar a hablar claro. No se puede estar en estas circunstancias con Fidel, ni con Bush, ni con Blair, ni con nadie de sus mismas características. Hay que decir que no y mil veces no a los que alteran la legalidad internacional, a los que escupen -desde una posición intolerable de fuerza- salivazos sangrientos contra los derechos inalienables de la humanidad. Deseo no tener que ver nada, absolutamente nada, con un país que se proclama paradigma de la libertad y de la democracia y en donde cada año, mueren once mil norteamericanos víctimas de sus propias armas de fuego.
Desde mi libertad digo que Bush es un loco, un paranoico. Que es un títere de las multinacionales que lo auparon al poder en unas elecciones por lo menos sospechosas, a los que nadie parará los pies por ahora porque el "derecho" que preconizan no nace del consenso de los pueblos sino de la avaricia de unos pocos y de la ayuda de unos iluminados que rentabilizan su influencia religiosa ante un estadista tan poco carismático. Bush -sin ser un experto- adolece de una demencia incurable y sufre una disociación clara de sus funciones psíquicas, y está siendo, para desgracia de la humanidad, utilizado como un guiñol de feria por el poder económico: el único y verdadero poder hoy.
Es tremendo lo que nos pasa, lo que está ocurriendo ante nuestras narices.
Tengo miedo, lo confieso. No me importa decirlo. Miedo de lo que deban pasar mis hijos, mi familia, mis vecinos. Miedo de lo que están sufriendo y sufrirán mucha gente que desconozco y a los que a duras penas imagino su color, su raza, sus señas de identidad ni sus costumbres. De un tiempo a esta parte, la zozobra y la ansiedad se han instalado en mí como la carcoma lo hace en la madera o como la bruma se instala en las montañas tras las lluvias.
Malos augurios, malos presagios envuelven a la humanidad bajo los designios del nuevo y único poder imperante. El autoritarismo y la plutocracia se están asentando en el mundo. Pocas esperanzas quedan para el ejercicio democrático de una vida en libertad. A mí, al menos, me queda aún la palabra, y prometo que mientras pueda la usaré aunque sólo sea como homenaje a los que están privados de libertad sin una causa justificada en derecho y sobre todo, en honor de los que han muerto y morirán sin saber siquiera por qué perdieron la vida.
La novela llegó a España después de la caída del Muro de Berlín -9 de noviembre de 1989- y también vino a ser una premonición de los acontecimientos que posteriormente se vivieron a ambos lados de las dos Alemania, aunque el que suscribe desconoce en estos momentos, no he tenido tiempo de investigarlo, si la misma se escribió antes, durante o después de dicho evento.
Sea como fuere, en la citada novela, Grass sitúa en Danzing -lugar donde nació- el encuentro entre una polaca y un alemán el día de los Fieles Difuntos. En ese escenario y mientras visitan el cementerio local, la polaca y el alemán conciben una idea asombrosa: fundar una "Sociedad Germano-Polaca de Cementerios" e inaugurar el primer Cementerio de la Reconciliación. La parábola de la misma es que, esta idea que sólo buscaba un acto de reconciliación entre dos pueblos separados ideológica y físicamente durante años, no puede llevarse a efecto porque surgen por doquier un sinfín de intereses económicos y políticos que hacen inviable lo que en inicio, era solo una serena y melancólica historia de amor entre dos seres humanos. Aquello que perseguía un final feliz, se ve truncado por la cruda realidad de los intereses y el poder económico.
Desde la caída del World Trade Center, han sobrevenido la invasión de Afganistán e Irak -las próximas incursiones bélicas las veremos en breve y ya están siendo señaladas por las garras de los halcones norteamericanos-, la división de Europa en dos bloques -transatlánticos o no-, la pérdida en valor de instituciones fundamentales como la Sociedad de Naciones, la ruptura por la fuerza de la legalidad internacional, los "gallitos" de Corea del Norte, el fuerte envite de Fidel asesinando a tres personas y encarcelando a un centenar de intelectuales disidentes, la salida en masa de ciudadanos a la calle en protesta o apoyo de sus gobiernos -por acción u omisión- frente a las agresiones belicistas... Desde ese 11 de septiembre en que las torres gemelas cayeron y el Pentágono acusó en su estructura el bocado del terrorismo, desde entonces, nada augura un futuro esperanzador para el mundo basado en un régimen de libertades y en donde los derechos humanos sean el eje de la política internacional.
La globalización, bueno será que nos apercibamos cuanto antes, no es otra cosa que el "gobierno del mundo" -que hoy reside en el entorno de la Casa Blanca- imponga por la fuerza su criterio -utilizando todas las armas a su alcance- al resto de países de la comunidad internacional, quedando reservados para éstos un mero papel de comparsas sean cuáles fueren sus regímenes políticos.
El mundo hoy, aceptémoslo así, ha quedado dividido en dos partes: EEUU y el resto. Y ese resto... por lo que hoy puede intuirse, no tiene nada que hacer frente al nuevo imperio excepto mantener el tipo por decirlo en plan castizo.
¿Pueden los gobiernos resistirse al encantamiento de la "nueva Roma"? Parece que sus ciudadanos, individualmente de sus estructuras políticas, sí pueden hacerlo: ese es al menos el ejemplo que hemos dado los millones de personas que hemos salido en protesta contra el ejército invasor que ha desatado una masacre en Irak y está devastando su patrimonio cultural y arqueológico, aunque ha preservado bien los pozos de petróleo. Sin embargo, también han quedado evidentes que los gobiernos del mundo -legítimos e ilegítimos- no son capaces de contrarrestar la posición hegemónica que los gobernantes de EEUU han decidido mantener después del atentado del 11 de septiembre.
Desgraciadamente estamos inmersos en una encrucijada de difícil solución: se está generando un nuevo orden mundial en donde la lucha por los recursos naturales y los posicionamientos geoestratégicos marcarán las próximas décadas, trayendo consigo infinidad de muertos y repartiendo dolor, miseria y odio por los cinco continentes.
Poco hemos aprendido de la historia. La única opción que nos va quedando, la que por ahora en algunos lugares nos dejan -todavía- es la participación ciudadana, la libertad para disentir. Esto es lo que hicieron algunos escritores cubanos y por ello el régimen castrista los ha encarcelado. Curiosamente... muy cerca, en Guantánamo, el gobierno de EEUU mantiene también encarcelados en condiciones infrahumanas a otros cientos de personas sin derecho alguno, sólo, en principio, para saciar la sed de venganza de un pueblo herido por un salvaje ataque terrorista. Pero nadie habla de la génesis, de las causas que han dado origen a esta situación. Ello no interesa, como no interesó que la prensa libre alojada en el Hotel Palestina retransmitiera en directo los efectos colaterales de esta guerra que parece que nunca va a acabar o de cualquier otra que comience.
Yo creo que mientras se pueda, y donde se pueda, hay que empezar a hablar claro. No se puede estar en estas circunstancias con Fidel, ni con Bush, ni con Blair, ni con nadie de sus mismas características. Hay que decir que no y mil veces no a los que alteran la legalidad internacional, a los que escupen -desde una posición intolerable de fuerza- salivazos sangrientos contra los derechos inalienables de la humanidad. Deseo no tener que ver nada, absolutamente nada, con un país que se proclama paradigma de la libertad y de la democracia y en donde cada año, mueren once mil norteamericanos víctimas de sus propias armas de fuego.
Desde mi libertad digo que Bush es un loco, un paranoico. Que es un títere de las multinacionales que lo auparon al poder en unas elecciones por lo menos sospechosas, a los que nadie parará los pies por ahora porque el "derecho" que preconizan no nace del consenso de los pueblos sino de la avaricia de unos pocos y de la ayuda de unos iluminados que rentabilizan su influencia religiosa ante un estadista tan poco carismático. Bush -sin ser un experto- adolece de una demencia incurable y sufre una disociación clara de sus funciones psíquicas, y está siendo, para desgracia de la humanidad, utilizado como un guiñol de feria por el poder económico: el único y verdadero poder hoy.
Es tremendo lo que nos pasa, lo que está ocurriendo ante nuestras narices.
Tengo miedo, lo confieso. No me importa decirlo. Miedo de lo que deban pasar mis hijos, mi familia, mis vecinos. Miedo de lo que están sufriendo y sufrirán mucha gente que desconozco y a los que a duras penas imagino su color, su raza, sus señas de identidad ni sus costumbres. De un tiempo a esta parte, la zozobra y la ansiedad se han instalado en mí como la carcoma lo hace en la madera o como la bruma se instala en las montañas tras las lluvias.
Malos augurios, malos presagios envuelven a la humanidad bajo los designios del nuevo y único poder imperante. El autoritarismo y la plutocracia se están asentando en el mundo. Pocas esperanzas quedan para el ejercicio democrático de una vida en libertad. A mí, al menos, me queda aún la palabra, y prometo que mientras pueda la usaré aunque sólo sea como homenaje a los que están privados de libertad sin una causa justificada en derecho y sobre todo, en honor de los que han muerto y morirán sin saber siquiera por qué perdieron la vida.