Literatura en tiempos de transformación (2014)
El tiempo es enemigo de la estabilidad. El paso del tiempo no sólo deforma las cosas tal como las vemos sino que también deforma los recuerdos, las ideas, los principios y los códigos, ya sean estos académicos, científicos religiosos o filosóficos. Lo deseemos o no, el transcurrir del tiempo lleva implícito la constante e irreparable transformación de lo existente, incluyendo tanto lo que pensamos, quede o no por escrito y, como sabemos bien los que escribimos, también, todas aquellas disquisiciones que provengan de hechos acontecidos o de lúcidas o no fabulaciones, que también existen y envejecen, o mutan en otras cosas de significados diferentes, por ir entroncando ya con el término literatura que es de lo que hemos venido a hablar aquí.
Hoy no toca hablar de "la literatura en tiempos de crisis", que es otra discusión bien distinta.
Corresponde hablar, según parece, sobre las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC) y de Internet, como herramientas de transmisión de la literatura y sobre lo que eso supone o no de incidencia en el tridente formado por el autor, la obra y el lector.
El autor cordobés Vicente Luis Mora, que tiene el honor de dirigir el Instituto Cervantes de Marrakech, publicó en 2006 un ensayo -en papel, hay que decir- denominado "Pangea: Internet, blogs y comunicación en un mundo nuevo", en la Fundación José Manuel Lara.
En 2012 volvió a la carga sobre el mismo tema con "El lectoespectador", de forma curiosa, también publicado en papel en Seix Barral.
En contraposición con lo leído hasta ahora, el maestro José Saramago, decía: "Hagan lo que hagan el Internet y la computadora, no hay nada en el mundo que pueda sustituir al libro. ¿Por qué? Porque sobre la página de un libro se puede llorar, pero no se puede llorar sobre el disco duro de la computadora".
No cabe duda que es una cita pasional, la del Nobel, pero, podría definir a todas aquellas personas que tienen al libro, en papel, como un objeto de culto y que no saben o no quieren leer de otra manera.
Es hora de decir que la literatura no ha desaparecido a lo largo de los siglos, a pesar de todos los cambios, de todas las transformaciones que ha sufrido el continente en que se fue desarrollando. La tablilla de arcilla o de cera, la madera, el hueso, las paredes de las grutas o de los palacios, el papiro, el pergamino, el papel, la imprenta artesanal -que se cargó de un plumazo a los copistas pero que nada influyó sobre la obra-, o la imprenta industrial que desde el siglo XIX hasta nuestros días se mantiene como elemento transportador del hecho literario.
Pero... ésta última, la imprenta industrial, está teniendo que convivir hace aproximadamente tres décadas, aunque hasta ahora aguanta el tipo, a mi entender, con un buen número de soportes que por su accesibilidad, su capacidad de almacenamiento, su poco peso y sus reducidas dimensiones, permiten al lector llevar consigo una biblioteca ambulante, bien sea ésta seleccionada por él, escogida entre cánones literarios o, en su caso, si le apetece, optar por la posibilidad de otear una librería mundial, seleccionar la obra que desee, comprarla a cualquier hora del día o de la noche, en días laborables o festivos, en la lengua que desee, y desde cualquier lugar en que se encuentre.
Los cánones literarios no debieran sufrir tampoco con las transformaciones de los formatos, es decir, las obras, mientras que no se modifiquen las traducciones realizadas de ellas, mientras se mantengan fieles al pensamiento del creador, conservan su inmutable calidad, sea el que fuere el soporte que la contenga.
Es cierto que el exceso de información que nos proporciona la Red, para los no iniciados en la lectura... en la aventura que supone la búsqueda del saber o del entretenimiento, se hace hoy, si uno no posee el adiestramiento adecuado en formación telemática, además de la literaria reitero, mucho más laberíntica -por recordar a Borges y su maravilloso relato "La biblioteca de Babel"-, mucho más farragosa en definitiva que cuando sólo existía el libro en papel.
Es decir, lo más probable es que nos sumerjamos en una maraña de obras literarias de superficie o epidérmicas y nos sea muy difícil de localizar, a no ser que la diosa Fortuna nos acompañe, el trazado que nos lleve a "La Caverna", por rememorar a Platón, en donde residen las obras maestras de aquellos autores que caminan en el tiempo porque supieron captar con su inteligencia y trabajo, la esencia del ser humano, y por ello, en los entresijos de sus poemas o de sus narraciones brillan, relampaguean, independientemente de la época en que vieron la luz sus obras, las metáforas arquetípicas, las alegorías, la simbología si se quiere denominar así, que define al ser humano como un animal racional, con toda la carga de virtudes y defectos necesarios para su completud.
Para todo autor, llegar a ese lugar en donde residen las claves, las ideas necesarias para que el imaginario individual y social puedan mirarse, y sacar del reflejo que proyectan en nuestras conciencias el impulso creativo necesario para seguir dichas estelas, modificarlas, echarlas en el olvido, o revolucionarlas a través de la negación absoluta de las mismas, sacando a la luz nuevas corrientes de pensamiento que hagan de nosotros como lectores, seres singulares, manijeros de nuestra propia senda, diseñadores de nuestro propio camino... para todo creador decía, son necesarias unas nociones mínimas, unas guías, unos referentes, que a nuestra generación, e incluso a las que nos siguen, no les han sido explicadas suficientemente, de ahí la imperiosa necesidad de hablar sobre lo que hoy estamos disertando.
Hay un vacío formativo, que la rápida y constante evolución de la informática y las denominadas redes sociales, hacen cada día más evidente, abriendo una brecha descomunal entre la ciudadanía, que puede separar a los lectores en dos continentes bien definidos. Los lectores clásicos y los que hacen uso de las TICs. Así, sin más.
Continuando, diremos que, hoy, la biblioteca de Babel del maestro argentino se ha hecho realidad. Los artículos, narraciones, poemas, ensayos, opiniones... sobre la materia que deseemos, son incontables e infinitos en la Red. De ahí la necesidad de hacer un buen uso de las nuevas tecnologías, porque, si no es así, sólo será un impedimento para el desarrollo personal e incluso social, es decir, pueden llevar consigo y de hecho ocurre y lo observamos a nuestro redor, que la gente se idiotice y se quede colgada en un mundo de memeces, carente además de valores y de conocimientos esenciales para nuestra formación en el ámbito que fuere.
Hoy, podemos, haciendo el uso adecuado, reitero, acceder al libro deseado con unos clics y leer un ebook en un teléfono móvil, un tablet, un iPad, un iPhone o un ordenador convencional, con tal de que dispongamos de una conexión a Internet.
Y ahora sí, ahora hemos llegado al corazón del problema que planteaba en el fondo el título de este escrito.
¿Qué le va a ocurrir o le ocurre ya, a la literatura, con la exposición de la misma en semejantes soportes? Pues, la respuesta, a mi entender, debiera ser nada. A la literatura como tal, no le ocurrirá nada.
¿Qué le puede ocurrir por el contrario al libro tradicional a medio o largo plazo? Aquí sí, aquí existe ya, a día de hoy, un serio problema para el libro en el formato en que lo conocemos, tal como lo imaginamos de forma platónica, de forma ideal entre comillas, porque, cada vez más, queramos o no, nos resistamos o no, será un elemento para nostálgicos, para coleccionistas o, simplemente, y es muy triste decirlo, un componente decorativo en nuestras viviendas, como una cenefa de madera o un busto de escayola o de piedra.
Pondré un ejemplo, hace muchos años, casi en la mocedad, mi padre, con mucho esfuerzo y pagándolo en cuotas mensuales, me regaló la "Enciclopedia Universal Ilustrada", de Espasa Calpe, que entonces era la hostia y sólo, se decía, estaba superada por la Enciclopedia Británica. Hoy, aunque me ocupa dos estanterías, duerme inservible y anticuada en sus contenidos, arrinconada, en un lugar poco accesible de mi librería. Jamás acudo a ella como es obvio, y utilizo los diccionarios en Red, como todos.
Continuemos, por tanto.
¿Un ebook bien editado contiene algo diferente al libro tradicional? No.
¿Pudieran nacer de la exposición en tales soportes nuevos géneros o subgéneros literarios o creativos? Sí. Ya existen. La literatura interactiva, la intertextualidad, los libros multimedias y un sinfín de herramientas que el lector de hoy, al menos, debe conocer y luego, si le apetece, hacer de su capa un sayo.
¿Eso es malo, o es bueno? A mi entender no es malo.
¿Pueden publicar ahora, darse a conocer, escritores, creadores del ámbito que fuere, cuando lo deseen y en el lugar que estuvieren? Sí. Además, el escritor se convertirá en su librero, podrá autogestionar sus publicaciones, convertirse en su propio corrector y modificar el texto escrito cuando lo desee si es el Administrador, e incluso, ser corregido por otros con tal de que esté colgado en la Red y permita esa opción... contestar o no a sus detractores, en fin... esto es otra cosa y además imparable, que no afectará a la literatura como decía pero sí al libro llamado tradicional.
¿Esto significa que estamos de acuerdo con el pirateo y con las descargas ilegales? Pues no lo significa, pero, sí es cierto que permite que la ciudadanía tenga acceso al conocimiento universal viva en donde viva, nazca en donde nazca, hable la lengua que hable, sea pobre o rico de cuna, etcétera.
Hay aún una cosa más que deseo exponer, y es la siguiente. A los que diseñan la información reglada, esa que está marcada por cánones versátiles según las tendencias e ideologías políticas que dominen un territorio dado, la Red y todo lo que ello supone, es incómoda, muy incómoda, porque, la posibilidad de que la ciudadanía tenga acceso a la información en general, sea de la materia que fuere, pero especialmente en lo que concierne a la literatura que es vetada por los inquisidores, censurada, ya no les es posible quemarla en piras que enciendan con luces de horror las plazas nocturnas, aquejando al creador y a los lectores de pérdidas irreparables.
Lo que ocurrió con la Biblioteca de Alejandría ya no es imaginable, al menos, no puede imaginarse tal cosa excepto que el mundo en que vivimos se vaya al garete por una catástrofe, que tampoco hay que desdeñar tal posibilidad, pero, entonces, lo libros se irán con nosotros... con nuestra civilización. Nos iremos todos, juntos, y eso es hasta romántico, verdad, para los que somos lectores empedernidos.
Para los autodidactas, si saben manejarse por los entresijos del caos telemático con cierta soltura, supone también, poder realizar cuantos estudios les parezcan pertinentes sin pago de cuantiosos estipendios, aunque el título se lo den los conocimientos adquiridos, que es lo que importa, y no una Universidad que conceda un aureolado pergamino para colgarlo tras el sillón del escritorio o en el salón de casa.
Así que, el dilema está listo para el debate.
Paco Huelva
Enero de 2014