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La mujer del acantilado


-¡Veo que le gusta Cioran! -dijo.
-Digamos que hay que pisar todos los charcos y recorrer la mayor parte de fronteras posibles si se espera ver la luz -contesté.
-Un poco pesimista el rumano ¿no le parece? -continuó.
-Es cierto, sí, pero el camino hay que transitarlo si queremos conocer diferentes texturas ¿no está conmigo?
-¡Sí!, pero leer a Cioran al borde de una sima del Cantábrico, mientras las olas baten furiosas dentro de la cueva sobre la que se halla sentado es... al menos, sospechoso; sobre todo... si usted está aquí, en estas soledades, sin compañía alguna, vestido como un dandi que padeciera mal de amores, con una pluma tomando notas o escribiendo su testamento sobre las tapas de "El libro de las quimeras" y atenazado, además, por una melancolía tan negra como el horizonte que se acerca a nosotros cargado de lluvias y de desmadejados rayos. ¿Puedo sentarme? -finalizó la señora.
-Por supuesto -repliqué-, la tierra y el mar y los paisajes y todo cuanto existe nos pertenece, sólo hay que sentirlos como propios.
-¿Sabe usted cómo se llama este lugar en que estamos? -inquirió.
-Sí, el Acantilado de los Desesperados -contesté.
-Entonces... ¿usted sabe a lo que viene y qué fuerzas son las que le han traído hasta aquí, no?
-¡Sí, soy consciente! -contesté un poco harto de tanta requisitoria.
-Y... ¿a pesar de todo quiere hacerlo?
-Una vez que usted esta aquí -respondí-, y que la leyenda que escuché en Santillana del Mar y otros lugares de Cantabria es cierta como he podido comprobar con su... digamos, inquietante presencia, no me queda otra opción que cumplir con el destino que me ha sido dado y cuanto antes acabemos esto, mejor.
-¿Quiere dejar alguna constancia de su paso por aquí? -preguntó de nuevo.
-Sí, dejaré sobre esta roca "El libro de las quimeras" y mi pluma, con eso bastará para que me reconozcan y sepan quién soy; dije en el Palación de Toñanes que vendría aquí.
-Pues -dijo, izando su cuerpo desnudo y blanco y atrayente...-, déme la mano y acerquémonos al borde del acantilado.
(Cuando la duda asomó en mis entrañas en forma de indecisión y estaba dispuesto a despertar de ese amargo sueño, la mujer del acantilado, de la que tanto había oído hablar en los últimos días, me empujó al abismo del olvido).
Paco Huelva
Cantabria, julio de 2013