La Cumparsita
Un acordeonista toca y canta ahora La Cumparsita, mientras tomo café en la terraza de un bar. Se me fractura el corazón en dispersos trozos de hielo.
El sentimiento que navega por mi cuerpo envuelto como ando en los sones que me sobrevuelan, es de factura melancólica.
El músico, vestido con la desidia que producen las privaciones, el hambre, y la soledad que aportan las urbes -más abrumadora si cabe por la crisis económica que nos asola y nos tumba como juncos azotados por imparables vientos-, es un claro ejemplo del deterioro social que se nos avecina.
Triste, muy triste es esta música que pone sombras negras en el devenir, no ya por un amor frustrado, como en el tango de Gerardo Matos que escucho, sino por el derrumbe mundial de los Estados igualitarios, sociales y de derecho.