Joaquín Cortés (nada cortés)
Leí en algún medio de prensa provincial que, el afamado Joaquín Cortés a la hora de presentar el espectáculo que representaría en el Foro Iberoamericano le dio un plantón sin precedentes -de veinte minutos- a los responsables de la institución que lo había contratado, así como a los periodistas que esperaban al famosísimo bailarín español. Bueno, hasta aquí se podría perdonar a Cortés si la cosa se hubiese quedado ahí. Pero no. Hubo más, mucho más. Un amigo me cuenta que llegó al Foro sobre las 20:00 horas. Que cuando apareció por el recinto empezó a bronquear a todo el mundo. No le gustaba como sonaba su propio equipo, no estaba contento con nada, se dedicó a poner verde a los cantaores y músicos que lo acompañaban, a sus técnicos de sonido, a todo kiski. Pues bueno, también lo aceptamos, uno podría pensar que es un perfeccionista, que le gustan las cosas impecablemente hechas, que es su vida y su futuro artístico y que es lógico que quisiera quedar bien ante el público...
Llegada la hora del comienzo del espectáculo y con la gente sentadita o a punto de sentarse, hubimos de esperar media hora más de la prevista (las 22:30). Bueno, qué se le va a hacer, habíamos venido a ver a quien se califica como el más grande bailarín europeo. Le dimos más fuelle a los abanicos que nos dieron a la entrada los responsables de cultura de la Diputación y a esperar.
Comenzado el espectáculo pudimos comprobar cómo el gran Cortés, el número uno de la cosa, según él, traía consigo un equipo de sonido que se acoplaba cada dos por tres, que no funcionaba correctamente, que llenaba de pitidos insoportables la noche coronada de estrellas del teatro abierto, del ágora donde nos encontrábamos una serie de catetillos faltos de glamour, que habíamos ido allí solícitos siguiendo la estela de la fama de tan insigne bailarín. De ese que ocupa infinidad de revistas del corazón. Que es vestido por los mejores modistos. Que representa a España por donde va. Pero hay más....
En un revuelo de su baile, que también hay que decir que es portentoso y original cuando se esfuerza, cuando se da, el divo dio con su cuerpo serrano en el suelo y pegó un majazo que dirían en mi pueblo de los de órdago. Cabreado consigo mismo, con las impurezas del sonido que a veces lo rebasaba, lo desbordaba, cuando no lo acosaba con un pitido estridente de armónicos acoplados, el poco cortés Cortés, la tomó con los músicos y en varios arranques de ira descargó su furia contra los mismos, increpándolos públicamente sin compasión, especialmente con alguien que tocaba una caja, que se llevó los mayores refregones de la rabia iracunda del fotogénico y admiradísimo hombre de pasarelas, de fotos con famosos, de prisas y de aviones, de..., este hombre que yo creo que ha perdido la memoria de dónde nació y por ello tiene, a mi entender, perdido el norte en el sueño ilusorio de la transitoria fama. Una lástima, porque bailar baila y muy bien. Pero por lo que pude intuir es insoportable, inaguantable e inaceptable.
El remate lo puso cuando, al final de la representación, salieron al escenario los músicos acompañantes y nos dieron un fin de fiesta que no parecía encajar absolutamente nada con lo visto hasta ese momento. En primer lugar, se notaba a leguas que era improvisado. Por un momento, dijimos, bueno, esto aunque no sea nada del otro mundo y podamos verlo en cualquier peña flamenca de las que residen en el país, al menos es una cosa fresca, natural. Pero cuando fue pasando el tiempo nos dimos cuenta que aquello tenía algo de extraño. Aquello no podía estar ideado, pensado así para cerrar el espectáculo, algo pasaba. Y ocurría algo, claro que sí. El divo de Cortés, se sentía algo dolorido por la caída citada anteriormente y se negó a salir a bailar. Y esto se podría comprender si alguien lo hubiera explicado, pero no. Cortés entendió que él no tenía que dar explicaciones a nadie. Se negó a salir al escenario aunque sólo fuera para decir que estaba lesionado, o tocado, o cansado, o algo... que contentase a los que fueron a verlo y habían pagado para saborear una coreografía de un español errante auspiciado a la cresta de la ola del flamenco internacional. Nadie dijo nada después del fin de fiesta; malísimo por cierto (los músicos fueron obligados por Cortés e hicieron lo que pudieron para salvar su jornal). Cerraron el telón y ya no vimos más al nada cortés Cortés. El público no sabía si aquello era un descanso o el final. De hecho nadie se movía del anfiteatro, con cara de bobo, de circunstancias, vamos. A los quince minutos aproximadamente, la gente empezó a marcharse rajando del bailarín. Que si tenía que haber salido, que si había sido una media estafa, que había actuado muy poco tiempo, que si patatín o...
Cuando, en la calle ya, voy a montarme en el coche, una voz en off exclamó que Joaquín se había lesionado, que sentía mucho no haber podido acabar el espectáculo, que agradecía mucho el calor recibido por la gente de Huelva, que estaba muy apenado, en fin...
Al día siguiente, el sábado, a la entrada del teatro en el castillo de Los Guzmanes de Niebla me entero por alguien que presenció, e incluso obligó al cortés Cortés: que el "niño" (fue la expresión que utilizó) tiene guasa. Que es algo insoportable subido a la cima de la fama. Intratable. Que le importaba una yema y parte de la otra lo que pensara la gente. Que él no salía a despedirse. Que no. Los organizadores de la Diputación consiguieron al fin, que por lo menos, alguien de su equipo saliera a disculparse ante la ciudadanía que había hecho cola, kilómetros, gastos, para ver a este bailarín endiosado. Algún día, este semidios, se pondrá excesivamente gordo, no tendrá el brío que tiene, no le invitarán a actos estelares, tendrá que bajar su caché y, como toda persona, tendrá que asumir lo que es, un individuo que goza de la benevolencia del público. Cuando pase un tiempo volverá a la tierra achuchado por las circunstancias y por las deudas. Sus agentes y representantes llamarán a las puertas de las instituciones para conseguir un contrato. Por ahora está volando. Subido en la cresta de la ola de la fama. Pero caerá. Como Ícaro, descenderá con las alas derretidas por acercarse tanto al Olimpo de los dioses. Los dioses son seres incorpóreos. Cortés no. Tiene un cuerpo que cuidar. Un esfuerzo que realizar, un público que contentar. En Huelva, el "niño", lo hizo patético. Es una pena, pero es el único calificativo que se merece; podría darle otros muchos que se me ocurren pero todavía tengo algo de vergíenza, de respeto, algo que al parecer olvidó el nada cortés Cortés en su visita a nuestra provincia.
Llegada la hora del comienzo del espectáculo y con la gente sentadita o a punto de sentarse, hubimos de esperar media hora más de la prevista (las 22:30). Bueno, qué se le va a hacer, habíamos venido a ver a quien se califica como el más grande bailarín europeo. Le dimos más fuelle a los abanicos que nos dieron a la entrada los responsables de cultura de la Diputación y a esperar.
Comenzado el espectáculo pudimos comprobar cómo el gran Cortés, el número uno de la cosa, según él, traía consigo un equipo de sonido que se acoplaba cada dos por tres, que no funcionaba correctamente, que llenaba de pitidos insoportables la noche coronada de estrellas del teatro abierto, del ágora donde nos encontrábamos una serie de catetillos faltos de glamour, que habíamos ido allí solícitos siguiendo la estela de la fama de tan insigne bailarín. De ese que ocupa infinidad de revistas del corazón. Que es vestido por los mejores modistos. Que representa a España por donde va. Pero hay más....
En un revuelo de su baile, que también hay que decir que es portentoso y original cuando se esfuerza, cuando se da, el divo dio con su cuerpo serrano en el suelo y pegó un majazo que dirían en mi pueblo de los de órdago. Cabreado consigo mismo, con las impurezas del sonido que a veces lo rebasaba, lo desbordaba, cuando no lo acosaba con un pitido estridente de armónicos acoplados, el poco cortés Cortés, la tomó con los músicos y en varios arranques de ira descargó su furia contra los mismos, increpándolos públicamente sin compasión, especialmente con alguien que tocaba una caja, que se llevó los mayores refregones de la rabia iracunda del fotogénico y admiradísimo hombre de pasarelas, de fotos con famosos, de prisas y de aviones, de..., este hombre que yo creo que ha perdido la memoria de dónde nació y por ello tiene, a mi entender, perdido el norte en el sueño ilusorio de la transitoria fama. Una lástima, porque bailar baila y muy bien. Pero por lo que pude intuir es insoportable, inaguantable e inaceptable.
El remate lo puso cuando, al final de la representación, salieron al escenario los músicos acompañantes y nos dieron un fin de fiesta que no parecía encajar absolutamente nada con lo visto hasta ese momento. En primer lugar, se notaba a leguas que era improvisado. Por un momento, dijimos, bueno, esto aunque no sea nada del otro mundo y podamos verlo en cualquier peña flamenca de las que residen en el país, al menos es una cosa fresca, natural. Pero cuando fue pasando el tiempo nos dimos cuenta que aquello tenía algo de extraño. Aquello no podía estar ideado, pensado así para cerrar el espectáculo, algo pasaba. Y ocurría algo, claro que sí. El divo de Cortés, se sentía algo dolorido por la caída citada anteriormente y se negó a salir a bailar. Y esto se podría comprender si alguien lo hubiera explicado, pero no. Cortés entendió que él no tenía que dar explicaciones a nadie. Se negó a salir al escenario aunque sólo fuera para decir que estaba lesionado, o tocado, o cansado, o algo... que contentase a los que fueron a verlo y habían pagado para saborear una coreografía de un español errante auspiciado a la cresta de la ola del flamenco internacional. Nadie dijo nada después del fin de fiesta; malísimo por cierto (los músicos fueron obligados por Cortés e hicieron lo que pudieron para salvar su jornal). Cerraron el telón y ya no vimos más al nada cortés Cortés. El público no sabía si aquello era un descanso o el final. De hecho nadie se movía del anfiteatro, con cara de bobo, de circunstancias, vamos. A los quince minutos aproximadamente, la gente empezó a marcharse rajando del bailarín. Que si tenía que haber salido, que si había sido una media estafa, que había actuado muy poco tiempo, que si patatín o...
Cuando, en la calle ya, voy a montarme en el coche, una voz en off exclamó que Joaquín se había lesionado, que sentía mucho no haber podido acabar el espectáculo, que agradecía mucho el calor recibido por la gente de Huelva, que estaba muy apenado, en fin...
Al día siguiente, el sábado, a la entrada del teatro en el castillo de Los Guzmanes de Niebla me entero por alguien que presenció, e incluso obligó al cortés Cortés: que el "niño" (fue la expresión que utilizó) tiene guasa. Que es algo insoportable subido a la cima de la fama. Intratable. Que le importaba una yema y parte de la otra lo que pensara la gente. Que él no salía a despedirse. Que no. Los organizadores de la Diputación consiguieron al fin, que por lo menos, alguien de su equipo saliera a disculparse ante la ciudadanía que había hecho cola, kilómetros, gastos, para ver a este bailarín endiosado. Algún día, este semidios, se pondrá excesivamente gordo, no tendrá el brío que tiene, no le invitarán a actos estelares, tendrá que bajar su caché y, como toda persona, tendrá que asumir lo que es, un individuo que goza de la benevolencia del público. Cuando pase un tiempo volverá a la tierra achuchado por las circunstancias y por las deudas. Sus agentes y representantes llamarán a las puertas de las instituciones para conseguir un contrato. Por ahora está volando. Subido en la cresta de la ola de la fama. Pero caerá. Como Ícaro, descenderá con las alas derretidas por acercarse tanto al Olimpo de los dioses. Los dioses son seres incorpóreos. Cortés no. Tiene un cuerpo que cuidar. Un esfuerzo que realizar, un público que contentar. En Huelva, el "niño", lo hizo patético. Es una pena, pero es el único calificativo que se merece; podría darle otros muchos que se me ocurren pero todavía tengo algo de vergíenza, de respeto, algo que al parecer olvidó el nada cortés Cortés en su visita a nuestra provincia.
A ver si la dipu no se preocupa tanto de traer a mitos de mentira por millones y millones, a ese foro iberoamericano con paisaje industrial, y por cinco mil pesetas llena todos los veranos de artistas insignes y de calidad de nuestras tierras, de iberoamerica, de palestina, de marruecos, del africa subsahariana... y nos dejamos de monsergas y de vender lo que no es.