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Imágenes de España I (2014)


Está sentado en la puerta de un supermercado. Nadie conoce su nombre real, de dónde vino ni la edad exacta que tiene.
Aparece y desaparece con el horario comercial montado en una vieja bicicleta encontrada en una escombrera y a la que hizo ciertos arreglos. Cuando circula con ella, los desajustes del tiempo hacen emitir a la máquina un ruido de cloacas chirriantes al que siguen hechizados dos perros callejeros con ladridos de fiesta.
Nunca habla. Está acuclillado cerca del portón por donde salimos con las bolsas repletas de la compra semanal.
Esgrime como reclamo, mientras adopta una actitud hierática en su gesto, una lata donde tintinean varias monedas de diez céntimos que hace sonar con movimientos parkinsonianos.
El tiempo y las circunstancias lo han dotado de una piel coriácea que muestra rastros de la orfandad en que vive.
Los chuchos que le acompañan completan una tríada que vive muriendo dentro de la muerte que diariamente vive.
Cuando la cercana lluvia de invierno aparezca con relámpagos de trópico el cuero de su piel se convertirá en arena de cementerio.
La bichera está instalada en su organismo desde hace tiempo; a la menor oportunidad o flojera del cuerpo, asaltará el baluarte de la carne que se descompondrá como lo hacen las hojas áureas en el suelo.
Vive en un bohío rodeado de enseres que encontró en los contenedores de basura.
Siempre supo que la caca del huérfano social huele más que la del poderoso y por eso nunca reclamó nada. Se acostumbró a vivir así... porque hasta los indigentes tienen orgullo.
Cuando salga de un comercio mire a ambos lados; si no está, no se preocupe, sólo habrá muerto.
Nadie lo reclamará; puede, incluso, que se lo coman los perros.
Paco Huelva
Octubre de 2014

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Benito A. de la Morena Carretero
Benito A. de la Morena Carretero dice:
30/10/2014 23:59

Me sucedió en Madrid hace varios años. Un indigente yacía en el suelo de la Gran Vía, junto al cine Callao. Nadie paraba. Me acerqué a él y comprobé que estaba frío, muy frío, casi tanto como el suelo helado de esa Navidad. Solo pude llamar al 061 y me fui de allí, triste, muy triste y aún siento mi impotencia.