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Huelverías encadenadas (2015)


Cuando se llega a mi edad se ha vivido casi de todo.
Los egoístas no recuerdan lo que hicieron.
Los avaros coleccionan sensaciones como si fueran museos ambulantes.
Los ingenuos esperan que el mañana amanezca con colores nuevos.
Los creyentes desean que la obra de la naturaleza finalice con un libreto diferente hecho a la medida de la humanidad.
Cualquier cosa nos enajena porque no tenemos conciencia de lo que somos.
Lo único extraño en la vida que sensoriamos somos nosotros mismos.
Nuestra conciencia está anclada en lo que fuimos.
Nuestra rémora es la memoria vivida o idealizada.
Nunca fuimos lo que pretendíamos ser.
Somos más pretérito que presente y que por supuesto futuro.
Cuando vivía en el seno de mi madre era feliz.
Al nacer comenzó el sufrimiento.
Casi al mismo tiempo, lloré por primera vez: inicié el viático de la formación.
Subí continuos peldaños intentando alcanzar la plenitud.
Cada uno de los escalones me apartaba del edén, de la gloria de su omnipresencia.
El primer llanto no fue de extrañeza, fue de rabia.
Ocurrió al perder el único lugar que me ha sido enteramente grato, el útero materno.
Él me hizo como fui, soy y seré.
Un terremoto apocalíptico me empujó a la luz de la vida.
Un ciclón incontrolado apareció en mi horizonte.
Un segundo eterno me enseñó entonces a desconfiar del tiempo.
Conocí entonces el sudor de otras extremidades que asiéndome me azotaron.
Aún siento el roce de las callosidades de una partera habilidosa.
Cambié el líquido amniótico por aire enrarecido que oxidó mi cuerpo.
Sólo cuando muera seré feliz nuevamente.
Con la muerte se acaba el dolor, muere el sufrimiento.
La angustia es el símbolo de la vida.
La incertidumbre es el fluido que trasiega por las venas.
El goce absoluto radica en la muerte.
Dios, si es feliz, debe estar muerto.
La culpa la tienen los sentidos.
Ellos orientan nuestro vía crucis.
También la tienen las consignas éticas tipo cultura, responsabilidad, familia, sociedad, Estado y todas esas argucias que nos exigimos como necesarias.
¿Qué necesita un ser para ser?
Nada.
Solo ser.
Todo lo demás son falacias de algún sistema.
Hoy sé que he sido siempre y nunca me di cuenta.
Ello es señal de que pronto moriré.
Cuando nací lo primero que quise tener fue el pecho de mi madre.
Lo recuerdo como una montaña tibia y blanda.
Cráter rosáceo coronado de espuma blanca.
Maravilloso pezón de la medida de mi incipiente boca.
Cuando me tomó en brazos supe exactamente dónde estaba y quién era.
En qué momento aprendí eso, se remonta a un lugar que no recuerdo.
Sólo por vivir ese instante valdría la pena nacer.
Fue mi primer orgasmo.
Fue como estar nuevamente dentro de ella.
Sin ser incestuoso, siempre deseé los pechos de mi madre.
Cada vez que hice el amor los busqué incansablemente.
Nunca los encontré.
Desde que dejé de mamar, vivo errante con una esquirla en la memoria.
Desde que no me alimenta padezco una terrible orfandad nunca saciada.
Alguien me dijo que la vida consiste en ir perdiendo cosas hasta que nosotros nos perdemos de la memoria de los demás.
Yo siempre he estado perdido.
Comencé perdiéndome dentro de mí.
Luego los demás aparentaban que me habían perdido.
A pesar de ello todos me atacaban.
Nadie me defendió como los brazos maternos.
Nadie garantizó mi seguridad como lo hizo su regazo.
Para crecer tuve que aprender multitud de cosas.
Todas cursaron con dolor y esfuerzo.
El esfuerzo es una forma de dolor encubierta.
Siempre caminé en sentido contrario a la felicidad.
Fueron mis padres los que me empujaron al crudo invierno del mundo.
Adujeron motivos de formación.
Cuanto antes empezara más listo sería.
Me costó mucho ser sabio.
Ser sabio consiste en saber quién eres.
Si sabes quién eres, sabes quiénes son los demás.
La génesis de la vida se explica en algún lugar de mi cerebro.
También está escrita en el de los demás.
Es un libro abierto para quien quiera leerlo.
Este secreto lo he descubierto ahora que me muero.
La felicidad es un estado de gracia al que le ponemos mil trabas diarias.
Yo he dejado de poner zancadillas a la muerte, hace tiempo que la espero tranquilo.
Por eso quizás tarde algo más, estará recelosa de mi comportamiento.
No entenderá por qué no tengo miedo.
Yo se lo explicaré cuando llegue.
Le diré cómo incluso sin saberlo siempre estuve esperándola.
Que he llegado a entender que la única continuidad posible de mi vida es mi muerte.
Que en ella seguiré viviendo.
Que es un accidente necesario para mí.
Que es la única manera de encontrar a mi madre.
También encontraré a todos los que amo.
Por supuesto a los que odié y me hicieron llorar.
Hoy, a todos amo por igual.
La muerte nivela los sentidos.
No sabe de opuestos ni contrarios.
Por no existir, no existen ni géneros.
La muerte es hermafrodita.
Es la redención de los vivos.
El consuelo de la humanidad.
La única reencarnación posible.
La muerte... ¿cómo no amar a la muerte?
¿Cómo negarse a sí mismo?
En la muerte está la vida y en la vida la muerte.
Sepan que siempre estaré vivo y dentro de mí seguirá germinando la muerte.
Siempre, reitero.
Paco Huelva
Enero de 2015