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Honradez política

A veces me pregunto cómo ve/siente la ciudadanía a la política y a los políticos. Creo que no yerro, si digo, que buena parte de ella observa esta pertenencia -por otra parte, legítima- como una especie de sacerdocio en donde quienes incumplen los preceptos del vicariato, se ven inevitablemente anatematizados.
La disidencia, que es una de las bases que conforman cualquier tipo de acuerdo o de convenio futuro y es la que fundamenta y da sentido a la mayoría necesaria para el buen gobierno en democracia, no es vista como un elemento positivo en muchos partidos políticos, sino todo lo contrario.
En estos casos, quien maneja la crítica -la constructiva se entiende, no la otra- como elemento de disuasión para enriquecer el debate político, está fuera del sistema. Solo hay que mirar un poco en nuestro entorno mediato para comprobar cómo políticos de una valía y honradez profesional intachables, son hoy sombras que caminan por la oscuridad que supone haber sido expulsados del paraíso. Y esto, aparte de asombroso, es cuando menos lamentable.
Las personas, cuando perdemos la capacidad para asombrarnos ante los hechos, estamos olvidando también la parte de sí que nos hace humanos. Hemos entrado ni más ni menos en alguna forma de sectarismo. Hemos confundido la parte con el todo, el análisis con la conclusión. Hemos destruido los instrumentos que nos acercan a la realidad, para imponer la verdad, nuestra verdad. El espíritu crítico es un elemento necesario para conformar cualquier modelo de gobierno.