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Hastío (2014)


Estoy harto de ella, de que me siga a todos lados, de que no me deje, de que no me olvide. No la soporto más.
He intentado desprenderme de ella infinidad de veces pero no consigo esquivarla. Cuando parece que no está, que por fin se ha marchado como debió llegar, en silencio y con alevosía, es mentira, reaparece de nuevo; sólo estaba escondida... agazapada vete a saber dónde.
Al principio conseguía engañarme, pero ya no, ya no puede hacerlo.
Lo que más me fastidia y llevo peor, es que vaya delante de mí, interrumpiéndome el paso. Porque si va detrás, o a mi izquierda o mi derecha, aunque me irrita me aguanto; pero, que vaya delante de mí, siempre por delante... no lo voy a consentir más.
Muchas veces tengo ganas de pisotearla. Sí, pisotearla, destrozarla, machacarla... pero, aunque lo he intentado infinidad de veces, no consigo cazarla, no puedo.
He llegado a la conclusión de que está metida dentro de mí, que reside en mis adentros. Y desde ahí, desde mi interior, cuando lo cree oportuno sale.
Y es justo ahí, en ese instante, cuando comienza el negro baile de mi sufrimiento. Porque, entonces, se pone delante, o detrás, o a los lados... donde le da la gana, como siempre.
Quisiera saber en qué parte de mi cuerpo reside para amputarlo, sajarlo, cortarlo de raíz... y de esa certera forma, exterminarla por siempre. Pero no sé por qué extraña intuición pienso que ni aun así podré alejarme de ella.
Sabedora que es del odio que le tengo -se lo he manifestado multitud de veces- no se alojará en un solo miembro. La astucia innata con que nació le habrá aconsejado irse mudando, moviéndose de un lugar a otro, de la mano a la cabeza por ejemplo, del pie a los pulmones... así.
O peor aún, se habrá expandido y ocupará todo mi ser como lo hace el aire contenido en un globo, que está en todas partes; incluso fuera, aire dentro y fuera del globo. Y por eso pienso que, al igual que el aire, ella está siempre dentro o fuera de mí. O mejor dicho, dentro y fuera de mí.
Si el globo se rompe o yo muero, que aunque parezca distinto es igual, ella seguirá viviendo... sola, autosuficiente.
He llegado a la conclusión de que cuando vine al mundo ya estaba aquí. No sé por tanto la edad que tiene ni dónde nació ni nada. Por eso cuando me vaya, sé cierto que aquí se quedará: sin mi cuerpo y sin necesitarme tampoco.
Verdaderamente no la soporto. Ya no sé qué hacer con esta maldita sombra que me acompaña a todos lados, aunque no quiera, y que he de soportar como una imposición que no me está permitido rechazar.
Cuando le dije al psiquiatra que quería deshacerme de ella, de mi sombra, puso cara de idiocia. Como si soportar a una sombra fuere una cosa fácil. Es más, el galeno, como alucinado, me miró con extrañeza como si él no tuviere sombra o no se hubiere percatado de su existencia.
Pero eso, pensé, entra dentro del juego. De la relación que ha de existir entre un médico y el paciente. En esa correlación hay, al parecer, un factor que no puede modificarse: alguien está enfermo, y una otra persona, en este caso el psiquiatra, ha de solventar el asunto aunque no sepa de qué va el entuerto.
Me dijo, tan tranquilo, incluso sonriendo pero sin llegar a la ofensa, que la única solución a mis males era aprender a convivir con ella, con mi sombra. Que no me quedaba otro remedio que llevarme bien con ella.
Pero... ¿eso cómo se hace?
Es que este hombre no entiende que su prescripción es como si me hubiera dicho que debo aprender a vivir de nuevo, o a soportar impertérrito los celos... el dolor, el hambre, la duda permanente o la ansiedad, por poner sólo unos ejemplos.
-¡Pero si eso es precisamente lo que no soporto!, le dije.
-Pues no hay otra manera de vivir, contestó.
Llevo, desde entonces, desde la última visita al psiquiatra, encerrado en un cuarto oscuro al que no dejo pasar luz alguna; así, al menos, mantengo a mi sombra recluida en su madriguera.
En qué lugar, no lo sé ni me importa, pero no la dejaré salir. Nunca más saldrá de dentro de mí.
Aunque llevo mucho tiempo sin comer ni beber porque las existencias que me traje se han agotado, sigo vivo porque... puedo pensar y tocarme. Ella sin embargo, está muerta, muerta en vida. ¡Que se joda! ¡Que se jodan ella y el psiquiatra! A mí no me toman el pelo ni un día más.
Paco Huelva
Marzo de 2014

archivado en:
Benito A. de la Morena Carretero
Benito A. de la Morena Carretero dice:
10/03/2014 17:59

El diccionario nos dice que "una sombra ocupa todo el espacio detrás de un objeto opaco con una fuente de luz frente a él", luego entiendo que nuestro personaje lucha contra sí mismo al sentirse asediado, perseguido por su sombra. Pero, al fin y al cabo, es su propia sombra. Sin embargo, ¿cuántas sombras hay en el mundo que te asedian y te agobian? A esas sombras son a las que yo temo, pues a la mía la puedo dirigir, aunque me aburra su presencia continuada, pero las otras, esas que me oscurecen la luz de mi pensamiento, esas que ensordecen mis quejidos, esas que manipulan mis ilusiones y anulan mi personalidad, contra ellas no puedo luchar.

Paco Huelva
Paco Huelva dice:
10/03/2014 18:34

Querido Benito:No puedo estar más de acuerdo contigo. La diferencia está en que tú como científico hablas de realidades, o sea de lo que es. En mi caso yo lo hago desde la ficción pura, desde los oscuros recovecos del pensamiento, y en ella todo es posible, incluso el querer matar a tu sombra, por muy paradójico que parezca.UN ABRAZO.

Juan Carlos Rubio
Juan Carlos Rubio dice:
11/03/2014 10:54

No paso por buenos momentos para enfrentarme analíticamente a mi sombra como Benito. Coincido más con Paco en lo ficcticio, ya que los estados de ánimo son fundamentales para sobrellevar con dignidad el peso de tu propia sombra. Cosas de la mente y la vida

Paco Huelva
Paco Huelva dice:
11/03/2014 11:57

Un abrazo. Juan Carlos.